Cansados de acoger. Cansados de la frustración. Cansados de la corrupción. Cansados de ser resilientes. El pueblo libanés desde hace varios meses pide autonomía, tranquilidad y la oportunidad de decidir su propio futuro. Hace una semana las imágenes de la explosión que se llevó por delante más de 200 vidas, dejando más de 5.000 personas heridas y más de 300.000 sin hogar, recorrieron el mundo. La mitad de Beirut ha sido derrumbada, unas calles llenas de la historia de optimismo y esperanza de Líbano ya no existen. El puerto de la capital libanesa, desaparecido también. En cuestión de un par de segundos que mostraron la gravedad de la corrupción que asola al país desde hace meses, quizá años, todo saltó por los aires. Todo: la paciencia, la esperanza, las ganas de cambiar las cosas de los libaneses, especialmente de su juventud, han dado paso a la rabia y desolación. Ya no hay excusas que valgan.
Durante toda esta semana pasada han vuelto a salir a las calles, exigiendo responsabilidad y respuestas. Pese a todas las imágenes de destrucción que hemos podido ver, también hemos asistido a la verdadera esencia del pueblo libanés. Es la ciudadanía la que ha acudido a ayudar a las personas heridas, a limpiar, a acoger a quienes se han quedado en la calle porque lo han perdido todo. Es esta misma ciudadanía la que nos lleva enseñando durante años que la convivencia interreligiosa, la acogida de más de un millón de refugiados durante más de nueve años, el sentido del humor ante cualquier situación de desesperación, son posibles independientemente de las circunstancias externas.
Hoy Líbano llora, no será fácil encontrar de nuevo una vida digna en el país, Líbano se ha cansado. Pero habrá algo que consiga que el pueblo libanés salga también de esta, porque tal y como predecía Khalil Gibran: «Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes; los personajes más sólidos están marcados con cicatrices».