Llevamos varios días viendo el desastre que ha dejado la dana en Valencia y otros puntos de España. Digo viendo porque, además de la gente de Valencia que ha fallecido, los que han sufrido las pérdidas personales y materiales y los que se han paralizado para ir a ayudar a los pueblos de alrededor, somos también muchos valencianos los que estamos con la mente y el corazón puesto allí, viviéndolo en la distancia y con la impotencia de no poder hacer más que ver cómo sufre la gente de tu casa.
¿Y qué hago cuando no puedo hacer nada? En medio de la desgracia, es emocionante ver cómo los momentos de dificultad sacan la mejor versión de cada persona. Es emocionante cómo se paraliza un país para ofrecer todos los medios posibles a las personas afectadas. Es emocionante ver cómo actuamos, como verdaderos hermanos y hermanas, dispuestos a dar lo que tenemos a los que lo han perdido todo. Quiero pensar que todo lo que mueve y sostiene a esa gente es la oración de los de lejos, que llega de diferentes puntos de España, y del mundo. Esa oración que empuja, para que Dios llegue y sostenga el dolor y la desolación que llena las calles y para ir convirtiéndola en cachitos de esperanza. Valencia, sabemos que volverá a salir el sol. Recordemos hoy, más que nunca, que somos la tierra de las flores, de la luz y del amor.