Puede parecernos una tontería, pero no estamos preparados. El día que los muertos vuelvan a la vida y decidan atacar nuestra civilización y nuestra propia existencia, habrá poco que se pueda hacer en palabras de nuestro Gobierno. Sin embargo, no debe cundir el pánico. Es un peligro poco probable, continúa en su respuesta el Ejecutivo.
La intervención de un senador de Compromís ha puesto al descubierto este terrible vacío en nuestro sistema emergencias. Aun así, no han saltado las alarmas. Porque lo de menos en esta pregunta era la amenaza zombi. No buscaba el senador -según ha explicado- dejar al descubierto la imprevisión del Gobierno sobre la concurrencia de una catástrofe que todos consideramos imposible (por el momento, al menos), sino el escaso interés que deja ver el Ejecutivo en responder las preguntas que le formulan los parlamentarios.
Más allá de la confrontación política, esta pregunta formulada en el debate político nos invita a reflexionar sobre cómo la publicidad se ha convertido en el catalizador de las acciones parlamentarias. Cada vez son más ingeniosos, sobre todo los partidos pequeños, en buscar el medio que les lleve a los periódicos, a la tele, a convertirse en trending topic, a ser cada vez más rompedores, bordeando la frontera entre lo pasable y lo incorrecto, para dar otro salto imposible que les catapulte y haga que su nombre se conozca. Que les dé un hueco, un altavoz para hacerse conocer y recabar apoyos.
Porque si no te conocen, no podrás cambiar las cosas. He aquí lo que pienso que subyace a este tipo de acciones. Pero el peligro del absurdo es convertir la voz en cháchara. La fama como fermento del cambio social, en lugar de las ideas, no puede sobrevivir si no hay programa o trabajo. Seguimos, votamos, a quien conocemos, a quien nos recomiendan. Y si no nos conocen, “poco se puede hacer”, en palabras del Gobierno. Pero, después de la fama, ¿qué?