En Madrid y en España ya no hay una semana tranquila. A las pandemias, los temporales, las campañas de vacunación y el cansancio general, se nos une como algo cotidiano el lío político al que somos sometidos. Día a día, golpe a golpe, nos encontramos constantemente con golpes de efecto que ya solo son ruido molesto.

Lo sorprendente de todo esto ya no son los gestos, sino la escalada demencial en la que nuestros representantes se han embarcado para llamar nuestra atención. ¿Moción de censura? ¡Pues elecciones! ¿Elecciones? ¡Pues cambio de sillas! Y así, uno tras otro, comparecen con palabras cada vez más gruesas ante unas pantallas que ya no son cajas tontas, sino, más bien, cajas que nos creen tontos. Y quizá no se equivoquen tanto.

Todo esto sería divertido y emocionante si no fuera por lo que esconde: desde hace ya algún tiempo nadie es capaz de hacer política de propuestas. Todos los partidos se han lanzado a la carrera por las políticas de contra afirmación. Nadie quiere gobernar en favor de la ciudadanía, sino en contra de la oposición. Es dramático.

Y es dramático no porque el circo no sea interesante (finalmente los payasos siempre son divertidos), sino porque la situación no es sostenible.

En otro post hablaba de cuánto me gusta contar cosas sin sentido. Y resulta que desde hace ya varios meses lo que cuento sin sentido son los locales comerciales cerrados en mi barrio. Y a las 71 escaleras que separan mi puerta del portal de mi edificio, puedo contar cada mañana una nueva tienda que cierra, un nuevo negocio que se va a pique y una (otra) familia que tendrá que acudir a las colas del hambre de Cáritas. Eso sí, los locales de apuestas, abarrotados. Efectivamente, esto no tiene ningún sentido.

Echo de menos esa época en que la Champions League era más interesante que la batalla política. Pero con el Barcelona eliminado en octavos y la pelea de barro que se está preparando en Madrid, no parece que esos tiempos vayan a volver. Y no lo digo como algo positivo. La sensación de secuestro político es casi asfixiante.

Y me gustaría dar un toque de esperanza. Porque, pese a todo, sé que hay mucha gente aún interesada en abrir espacios de diálogo y de contraposición de ideas. Pero hoy estoy enfadado. Hay mucha gente sufriendo en una crisis sanitaria y económica de este calibre. No es justo. Que Dios nos ayude. Que Dios les ilumine.

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