Al leer estas palabras del Papa en Dilexi Te —«Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9).»— sentí que algo se acomodaba dentro de mí. No solo por la belleza del mensaje, sino por el momento vital en el que me encuentro: cumplo diez años de haber comprometido mi carrera profesional, personal, al ámbito de la justicia social. Diez años desde que decidí que mi vida laboral no sería ajena a mi vocación de servicio, sino que estaría completamente entregada a ella.
Durante este tiempo he trabajado en movilización ciudadana, incidencia comunitaria, sensibilización y educación para la ciudadanía global. Y aunque muchas veces estas tareas se sienten lejanas de las personas concretas a las que queremos servir, esta frase me recordó que el objetivo último de todo lo que hacemos es que, de alguna manera, cada persona pueda sentir que Jesús le dice: “Yo te he amado”. Que a través de nuestro trabajo, aunque sea desde la distancia, se escuche ese susurro que dignifica, que consuela, que redime.
En este mundo tan herido, tan necesitado de gestos concretos de esperanza, encontrarse con esta certeza es un regalo. Porque nos recuerda que nuestra labor no es solo técnica o estratégica, sino profundamente espiritual y humana. Que cada acción, cada campaña, cada encuentro, puede ser un altavoz que transmite a los más vulnerables que no están solos, que la comunidad, la sociedad y Dios mismo les ama.
La exhortación apostólica Dilexi Te es, en su conjunto, una llamada a no olvidar que la Iglesia existe para y con los pobres. Que Jesús vino al mundo entre los más vulnerables y para los más vulnerables. Y que nuestra misión, como Iglesia y como sociedad, es hacer presente ese amor redentor en cada rincón donde haya dolor, injusticia o exclusión.
Sentir que nuestro trabajo puede ser vehículo de ese amor es impagable. Es lo que da sentido, lo que sostiene, lo que transforma. Y por eso, hoy más que nunca, agradezco haberme encontrado con estas palabras. Porque me recuerdan que, al final, lo que importa es que cada persona a la que acompaño, sirvo o defiendo pueda sentir que Jesús le dice: “Yo te he amado”.



