Casi sin darnos cuenta hemos llegado al mes de mayo. El final de curso, con sus exámenes, su prueba de acceso a la universidad, su cierre de actividades y demás historias, asoma en el calendario. Junio se va acercando y el verano nos va avisando de su cercanía con la subida de las temperaturas.

Al llegar este momento, uno tiene siempre la sensación de que el tiempo pasa cada año más deprisa. De que, no sólo los meses, sino los años, se van sucediendo. Es inevitable entonces pensar si se está aprovechando no sólo el tiempo, sino también la propia vida. Si estaremos en el lugar adecuado o si tenemos que seguir esperando a que esa oportunidad de nuestra vida se presente ante nosotros.

Sin embargo, creo que hay algo bueno en este sucederse de los meses y de los años. Y es el hecho de sentir que, aunque el tiempo vuele, uno experimenta la certeza de saber que está en el sitio en el que tiene que estar. Que disfruta haciendo aquello que hace, y que, aunque la vida traiga sus sufrimientos y batallas, da gracias a Dios por todo lo que vive y hace.

Es entonces cuando se cumple aquel dicho que dice que no se trata de llenar la vida de años, sino de llenar los años de vida. Así que, no está tanto en sentir que los meses y los años se nos vayan de las manos, sino en palpar que al concluir los ritmos del curso, las estaciones y el año, podemos dar gracias a Dios por tanto bien recibido en nuestra vida entregada.

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