Son frases que se pronuncian en las reuniones en las que participamos. A primera vista pueden parecer lo mismo, pero lo cierto es que se trata de matices distintos que vaya si cambian los deberes que uno se lleva de las reuniones.
Los “hay que” suelen ser ideas geniales con las que casi todo el mundo está de acuerdo. El problema es que quien las propone, salvo honrosas excepciones, no cuenta con llevarlas a cabo. Hay que hacer esto o lo otro, implica que a alguno de los integrantes de la reunión le va a caer la responsabilidad (por no decir el marrón) de llevar a la realidad la genial idea del otro. Bueno, a veces hay otra salida, y es la de que esta tarea recaiga en una persona externa a la reunión, a la que se le dice que ha sido elegida para ello. Muchas veces los “hay que” revolotean por el ambiente hasta desvanecerse. Y otras, también ocurre, son acogidos con entusiasmo.
La diferencia de los “hay que” con los “vamos a” radica en que aquel que está proponiendo la idea está dispuesto a implicarse en ella y quiere hacer partícipes a los demás. Mi experiencia es que, pese a que los “vamos a” no son siempre milagrosos, puesto que no logran entusiasmar a todo el mundo, suelen ser mejor acogidos por los integrantes de las reuniones. “Vamos a” habla de colaboración, de pringarse juntos, de construir comunitariamente, desde abajo.
A estas alturas, no descubro nada si digo que me gustan más los “vamos a” que los “hay que”. Porque estoy convencido de que la cosa en la vida no está tanto en tener ideas maravillosas, cuanto en poder disfrutar haciéndolas realidad con otros.