Lo conocí poco y me quedé con las ganas de conocerlo mejor. Las veces que convivimos fueron siempre en alguna celebración o fiesta. Supe más de su vida por referencias o historias, aunque siempre me pareció una persona amena, con la que hubiera sostenido una interesante charla.
Ahora, súbitamente, tocaba despedirlo.
Al terminar la celebración religiosa, una de sus hijas tomó la palabra para recordar y despedir a su padre, quien, aun ausente, se las había arreglado para darnos una sorpresa. Resultaba que había redactado una lista de reglas de vida que su hijo había recopilado, impreso y plastificado y que ahora sus nietos repartían a los asistentes como homenaje y recuerdo.
En su listado, virtudes como la puntualidad, la honestidad, el agradecimiento y la congruencia se hacían presentes en su estilo particular de entenderlo y comunicarlo. Sonreí al considerar la paradoja. Una persona que parecía siempre haber celebrado la vida y romper con los convencionalismos, había tratado a la vez de entenderla y ordenarla. No parecía haber sido alguien que siguiera las reglas establecidas. Ahora entendía que seguía sus propias reglas.
La literatura sapiencial nos acompaña desde que la humanidad comenzó a escribir en tablas de arcilla o en papiro y los libros con instrucciones de cómo «vivir mejor» se encuentran incluso en los supermercados. Sin embargo, el ejercicio de hacer un instructivo personal capturó mi atención. Un ejercicio así requería, en adición a la experiencia, la atención. Atención a las acciones y a las consecuencias de las mismas. Requiere, en resumen, tomarse la vida en serio.
El ejemplo estaba puesto para comenzar un ejercicio similar. Recordé que llevo años juntando frases, citas y letras de canciones que me llaman la atención en una colección interminable, con la intención de, algún día, entregarlas a mis hijas como un compendio inspirador. Sin embargo, bajo la óptica de lo personal, poco aporte hago al ejercicio salvo el filtro y la recopilación.
En un ejercicio paralelo, había ido redactando un listado de cosas que debía evitar o dejar de hacer. Eran más bien advertencias, escritas en negativo y diseñadas para ser ignoradas olvidando para que fueron escritas o bajo que contexto. El listado póstumo que acababa de recibir me abría la puerta a un nuevo ejercicio y a la vez un reto. El ejercicio de reflexionar, discernir y redactar, en positivo, una serie de lecciones que la vida me ha regalado durante este tiempo y este recorrido. El reto será tomar ese recorrido en serio y con la reverencia que requiere algo único e irrepetible, como es la vida misma.