En estos días he leído y oído muchos comentarios acerca de este tema, tanto por parte del gremio de profesores como de las familias. Y en todos sitios he encontrado la crispación propia del temor que provoca el inicio de este septiembre tan extraño e incómodo que nos toca vivir.

Como profesora que soy, he de decir que entiendo los argumentos de uno y otro lado que se plantean. Entiendo los miedos, las inseguridades, las incertidumbres, el desconcierto ante la falta de claridad de las medidas y la desconfianza que estas despiertan debido a la manera tan poco sistemática en que se van tomando por parte de los que nos gobiernan. Insisto, lo entiendo, y en algunos casos (no en todos) lo comparto.

Sin embargo, a pesar de todos ellos y de mis propios temores y dudas, hay una certeza que late dentro de mí cada vez con más fuerza: debemos empezar. Los colegios deben empezar a funcionar. Con todas las medidas de seguridad que sean posibles, por supuesto. Con toda la precaución, cautela y cuidado del que seamos capaces. Pero sí, los colegios deben empezar a funcionar.

Y es que la escuela es el lugar donde muchos de nuestros niños y niñas podrán encontrar un atisbo de que la vida empieza a normalizarse. Más allá de la necesidad de que aprendan contenidos está la necesidad de que contacten entre sí, de que se relacionen, socialicen y convivan, incluso cuando las condiciones del mundo no son las idóneas.

La escuela es el lugar donde los niños y niñas pueden sentir la igualdad frente a la desigualdad de condiciones que se han vivido durante el confinamiento. Es el lugar donde algunos niños y niñas encontrarán la protección y el cuidado que no han vivido en sus casas mientras han estado confinados. Y es también el lugar donde aprenden a conocerse, a conocer a los otros, a reconocerse en la convivencia… en definitiva, aprenden lo que es la vida. Y eso es casi tan importante (o más) que la titulación que vayan a tener el día de mañana.

Por tanto, creo que esta vuelta al cole es el tiempo para la audacia, la responsabilidad y el trabajo conjunto. Es el tiempo para atrevernos a luchar aun cuando sabemos que no será fácil; para comenzar caminos que entrañan un riesgo y que no dejan clara la meta a la que nos llevan, pero que debemos comenzarlos para poder avanzar. Ahora es el momento de redoblar esfuerzos y oración, de proponer opciones creativas y responsables que sean una alternativa a la inmovilidad y el bloqueo que provoca el miedo; de sacrificar «lo que yo quiero para mí» por «lo que es conveniente para todos como sociedad». Es tiempo para trabajar juntos, colegio y familia. Si así lo hacemos, esa será la mejor escuela para nuestros niños y niñas, el futuro de nuestro mundo.

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