Aún no hemos acabado el presente curso y ya contemplamos el próximo septiembre con una única palabra en mente: COVID. Las programaciones, la metodología, si haremos salidas o no, la forma de entrevistarnos con los padres, la organización de los recreos… todo ha sido y será condicionado por este dichoso virus que vino para quedarse. Y también, por supuesto, la tan manida distribución en las aulas: 1’5 metros de distancia durante este curso, 1’2 para el próximo. Según han dicho: «para que quepan más estudiantes en el aula y pueda garantizarse la plena presencialidad en todas las etapas educativas…».

Somos muchos los centros que hemos apostado este curso por la presencialidad en las clases. Con nuestras dificultades y muchos temores, pero así lo decidimos. No digo que fuera la mejor opción ni la que todos tenían que haber escogido. Lo que sí digo es que, echando la vista atrás, estoy segura de que volveríamos a apostar igual.

Oí muchas voces diciendo en el pasado septiembre: «no llevaré a mi hijo al colegio porque no es espacio seguro», «yo mantendré a mi hija en casa, y ya veré qué pasa conforme avance el curso», «me parece una locura que se abran los colegios. ¡No se está priorizando la salud!». Pues bien, se ha demostrado que sí, que el colegio es espacio seguro. Y lo es porque, cuando las personas nos ponemos de acuerdo en qué es lo importante, cuando dejamos a un lado las ideologías y mentalidades para ver qué es lo que ahora hay que atender, resulta que todo funciona, que todo sale bien.

¿Y qué pensamos que era importante?
• Que enseñar se enseña ‘estando’. En los coles entendimos la importancia de la presencia en la educación. No es que la educación no presencial no valga (es estupenda cuando no se puede dar de otra manera), pero sí es verdad que las personas necesitamos de la interacción directa, de los gestos (aunque sean en la distancia), del tono de la voz, de la mirada (ojalá pudiéramos usar el rostro entero) para conectar.
• Y que nuestros niños y jóvenes necesitaban creer que es posible seguir con la vida en un ambiente tan difícil como el que nos ha traído la pandemia. Y la escuela tenía la obligación de devolvérselo, de darles esa estabilidad, ese mensaje de que todo va a ir bien, de que el ser humano está capacitado para salir al paso de todas las dificultades que se presenten.

Siempre he creído que un colegio funciona como un pequeño Estado. Todas las situaciones que se pueden dar entre las personas: las diferencias, las afinidades, las discusiones, las alianzas…todo se da en un colegio. Este curso he comprobado que, cuando nos ponemos de acuerdo en tirar de algo para adelante, lo logramos. A pesar de nuestros temores, de nuestras incertidumbres y reticencias. Juntos y unidos somos muy fuertes. Ahora solo toca que nuestros políticos se den cuenta y, dejando a un lado ideologías y partidismos, de verdad lleguen a un acuerdo en cuanto a educación que perdure. Porque es necesario, es prioritario, es urgente. Y porque se puede… cuando se quiere, claro.

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