«Who wants to live forever?» cantaba Freddie Mercury en Los inmortales. Parece que la respuesta ya tiene nombres. Una empresa financiada por empresarios de Sillicon Valley, con Jeff Bezos a la cabeza, ficha a grandes talentos científicos y les encarga investigar cómo revertir el envejecimiento.

Mi primera reacción es de escepticismo y hasta rechazo. Porque, en el fondo, me brota decirles a todos estos multimillonarios que, por más que se esfuercen, se van a morir. Sin un duro en la tumba. Pero luego pienso, también, que eso ya lo saben. Y no creo que con esta investigación piensen en la inmortalidad. Siempre habrá algún chiflado que sueñe con vivir para siempre, pero estoy seguro de que si me sentase a hablar con quienes patrocinan esta investigación, me dirían que lo de la muerte ya lo saben. Solo quieren que tarde más en llegar, y que mientras llega, se pueda vivir en mejores condiciones. Y, ante esto, me doy cuenta de que esto es lo que lleva haciendo la ciencia –la medicina en concreto– durante milenios. Alargar la esperanza de vida y retrasar el envejecimiento. Tengo pocas dudas de que hace quinientos años la poca gente que llegase a los cincuenta estaría mucho más desgastada que quien llega hoy. Imagino lo que serían dentaduras maltratadas por las décadas sin los medios que ahora hay para reparar y cuidar, por ejemplo. O los estragos causados por enfermedades que hoy apenas dejan huella. Por otra parte, la investigación seguramente nace de motivos muy distintos. El altruismo de algunos idealistas, y el egoísmo de algunos inversores que buscan lo mejor para sí. Es posible que si esta empresa llega a conseguir ralentizar el envejecimiento de entrada solo será un tratamiento al alcance de los más ricos, y otro peldaño más en la escalada de la desigualdad. Pero, al tiempo, es posible que en unas décadas –o siglos– la esperanza de vida aumente para la mayoría de la población.

Al final, las dos cosas son verdad. Merece la pena investigar –ojalá fuera siempre por motivos altruistas y buscando la igualdad, pero el hecho es que siempre se mezclarán los motivos–. En parte, eso es usar los talentos recibidos y ser imagen del Dios creador. Merece la pena, sí, y con ello se alcanzarán sin duda mejoras. Pero, al final, y he aquí la segunda verdad incuestionable, todos vamos a morir. Y alargar la vida por alargarla es tontería, si antes no pensamos en qué hacer con los días que ya tenemos y con los que vengan. Porque quizás no se trata solo de dar más tiempo a nuestra vida, sino de dar mucha más hondura al tiempo que ya tenemos.

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