Esta semana, el Congreso de los Diputados discute sobre la nueva Ley de la Eutanasia y el Suicidio Asistido. Una ley que pretende nacer sin debate social y sin contar con una muy numerosa parte de la propia sociedad.
Al margen de los temas médicos, que no son mi especialidad –la oportunidad o no de la medida, el asunto de los cuidados paliativos (ausente, por cierto, en todo el proceso de debate), etc.–, y también dejando de lado el debate acerca del sentido del sufrimiento (que se enfoca de distintas maneras en función de las creencias de cada cual) a mí me surge alguna reflexión. Por supuesto, esto no agota el debate, pero es también parte de lo que está en juego al hablar de cuando una vida deja de tener motivos. Y es un asunto concreto que creo que hace falta tocar.
Ya vivimos en un mundo en el que cada vez más se nos exige ser no tanto ciudadanos, sino productores y consumidores. Que nuestra vida sea una constante sucesión de momentos productivos, ya sean de manera activa o de manera pasiva: si no estás trabajando, al menos que tu tiempo libre siga creando riqueza. «Date un atracón a estas series», «Compra este fin de semana todo lo que puedas», «Toma estos vales 2×1 en el último juguete de moda». Claro, ante esta mentalidad se entienden mucho más leyes como esta.
Cuando nos lobotomizamos con la productividad, hay un momento en que sentirse útil y rentable es el motor de la vida de muchas personas. Y resulta que no siempre lo podemos ser. Porque somos finitos (y no creo que eso cambie, la verdad). Cuando eso ocurre, la reflexión de «si no sirvo, para qué seguir» está más cerca.
Porque te han repetido ya muchas veces que no sirves, que eres una carga pesada, que todos estaríamos mejor si ya te quitaras de en medio.
Lo que más me duele del tema de la eutanasia es esa sensación de vacío existencial que me deja. Como de utilitarismo triste de nuestra vida. Solo servimos en la sociedad mientras no seamos cargas. Y eso no es justo.
No es justo porque cuidar de los débiles desde el principio hasta el final hace mejor a la sociedad. Porque el Bien, la Bondad y la Belleza no son útiles en el sentido productivo, pero sin ellas no hay comunidad que se aguante. Porque mientras haya otras salidas (y las hay), ofrecer la muerte es el atajo hacia la nada.
Y después de la nada no hay nada.
Alguien tendría que empezar a decir que hay algo. Que si estás enfermo, eres una oportunidad para que otros te cuiden. Que te lo mereces, porque tú ya cuidaste antes a otros. Que en tu dolor (que intentaremos paliar lo mejor posible) hay también algo de sagrado, porque nos ayudas a recordar que no somos de piedra. Y que cuando no puedas más y no haya más salida, te ayudaremos a que te vayas sin sufrir innecesariamente, pero cuando sea tu momento.
Que no eres inútil, que solo con vivir ya nos haces mejores a todos.