Me encanta esta forma de decir adiós. Es la que usan esos abuelos y abuelas con solera, entrañables, de bastón robusto en mano y moño de plata en el pelo, muchos de ellos provenientes de pueblos pequeños y de años de trabajo duro bajo el sol. A esta maravillosa forma de decir adiós me recordaron las palabras de despedida del periodista Iñaki Gabilondo de su profesión: «Yo prefería despedirme de manera más amable, más como yo creo que son las cosas». Un adiós que pronuncia a los 80 años de edad.
En la entrevista que da por el anuncio de su despedida, Gabilondo habla de política, de España, de Historia, de periodismo, de asumir ese momento en que debes pasar el relevo, de la importancia del silencio… No quiere despedirse entre declaraciones polémicas. «Sin armas, sin broncas, con consenso […] que lo último que quede de mí sea una conversación». Un adiós sereno y sin rencores.
Hago memoria ahora mismo y traigo a mi mente los momentos en que he tenido que despedirme de alguna etapa. Y, es curioso, porque descubro que las «grandes despedidas» que he tenido que hacer han ocurrido en momentos de mucha serenidad vital. Como si tu ser, tu cuerpo, tu espíritu se hubieran preparado sin tú saberlo para ese momento de punto y aparte en que todo encaja, todo adquiere sentido. Al menos así lo he experimentado yo. Hay como una intuición muy interna que te hace ver, con toda la claridad del mundo, que pasas a otra cosa. Y ese paso lo haces sin rencores, ni harturas, ni desengaños… Todo lo horrible se vive antes del adiós. Pero justo cuando este llega, impera la calma y una especie de reconciliación con todo. Ahí entiendes que «esa mudanza que toca» la puedes hacer en condiciones.
La verdad, en tiempos de tanta discordia y polémica, que alguien sea capaz de finalizar una etapa con gratitud y nada de malos rollos es como un soplo de aire fresco. Mucho mejor eso que lo que hacen otros, que van como el caballo de Atila, que por donde pasaba no dejaba crecer la hierba. Ojalá aprendamos a cerrar puertas sin dar portazos.