“Dejad de haced eso que al final vais a acabar mal”. No has tenido infancia si no has escuchado eso muchas veces a tu profesor, a tu madre o a una monitora de tiempo libre cuando estabas riñendo con algún amigo o con tu hermana. Pues Valentino Rossi y Marc Márquez han acabado mal. A estas alturas poca gente queda sin ver el video en el que Rossi da una patada tirando de su moto a Márquez en el gran premio de Malasia.

Estos días seguro que en muchos recreos, bares y redes sociales hay comentarios sobre esta polémica. En España van más en la línea de ver a Rossi como el malvado campeón que ha pateado un pobre motorista inocente. Y me puedo imaginar que en Italia verán más a Márquez como un provocador que no ha parado hasta hacer que Rossi se quede a punto de perder el campeonato. Qué cómodo es hacer esos juicios maniqueos donde sólo hay buenos y malos. Pero estoy seguro de que todos hemos vivido situaciones parecidas donde o bien nos han arrebatado de repente algo que nos hacía ilusión, dejándonos tirados en la cuneta, o bien nos han provocado hasta que no hemos aguantado más y hemos saltado como una olla a presión. En ambos casos acabamos frustrados y heridos.

Aunque me gusta de vez en cuando ver una película del oeste donde los malos son malísimos y los buenos buenísimos, en la vida real voy aprendiendo que hay más matices, y puedo entender tanto a Marc como a Valentino. Ninguno me parece un villano sin corazón o un superhéroe sin tacha, son humanos. Pero sí me parecerían grandes personas si se dieran cuenta de que hay mucha gente pendiente de ellos –sobre todo muchos niños, niñas, jóvenes– y frenaran su espiral de provocación para que sus carreras reflejen lo mejor del deporte. O ya puestos a pedir por qué no que reconozcan que se han equivocado y que pidan perdón. Entonces sí que serían para mí superhéroes.

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