Hay golpes que duelen más por la apariencia que por lo que se resiente el cuerpo. Ahora mismo se están escribiendo ríos de tinta sobre lo ocurrido en Pontevedra*. Algunos siguen la tradición española de buscar responsabilidades -para después eludirlas-, en Cádiz ya habrá varias chirigotas preparadas y mis amigos no dejan de enviar memes sobre este asunto. Sin embargo, otros serán más severos y buscarán culpables en la educación, en las medidas de seguridad o en la falta de decencia moral a todos los niveles.

Jamás diré que lo que ha hecho el joven Andrés me parezca bien, ni mucho menos. Se oyen muchas cosas sobre su vida y su pasado y hay que reconocer que ha sido bastante osado. Héroe para alguno y vergüenza para todos. Una osadía que después del juzgado le llevará al paseo de la fama junto al periodista que tiró un zapato a Bush o al borracho que orinó sobre la llama del soldado desconocido en París. Pero ser osado no es ser valiente. Y la valentía no pasa por el exhibicionismo, la agresión al que no piensa igual o el debate podrido y violento, aunque no haya sangre de por medio.

La valentía en política pasa por escuchar al otro y no disparar palabras en un fuego cruzado. Supone apostar proyectos e ideas sabiendo que podrán ser rechazados -y, por qué no, mejorados-. El diálogo implica que cada una de las personas abandonan sus diferencias para buscar puntos en común y desde ahí avanzar hacia el bien de todos. Es asumir un segundo plano y mojarse por el otro. Hablar más con las obras que con las palabras. Menos apuntar con el dedo y más misericordia.

 Es una pena que muchos quieran ser valientes y que pocos se atrevan a serlo. Ojalá que algún día Andrés pueda darse cuenta de ello.

 

(* Un muchacho, Andrés V. J. agredió con un puñetazo a Mariano Rajoy, en ese momento presidente del gobierno, mientras recorría las calles de Pontevedra durante la campaña electoral de 2016)

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