Desde los 12 años recuerdo mi casa con perros. El primero fue un cocker precioso llamado Brany, que me quería mucho y no me dejaba ni a sol ni a sombra. Tal es así que murió en mis brazos. Luego vinieron Catira y Luna: Catira, una princesita coqueta y delicada; y Luna, una chucho de mil razas, destartalada y cariñosa a más no poder. Después de ellas vino Rocco, aunque ya me pilló viviendo fuera de casa. Lo cierto es que se les quiere a más no poder, y se sufre mucho cuando mueren.
El tema es que hoy al perro ya no lo vemos como un animal. No es que le tratemos como a un ser humano, es que le damos todos los lujos que muchos seres humanos no huelen ni de lejos. Existen espás para perros; peluquerías donde se hacen todo tipo de tratamientos para el cabello (por ejemplo, mechas en el pelo y trenzas con sus lazos, no exagero); centros de estética donde se les lima y les pintan las uñas; tiendas de ropa de todo tipo: abrigos, chubasqueros, sudaderas, vestidos, gorritos…Todo un mundo por descubrir.
Como he dicho antes, he tenido perros, y he llorado mucho cuando los perdí. Pero no termino de entender esta moda. Estamos desdibujando esa fina línea entre animal y persona, llegando a tratar al primero como si fuera el segundo. Pensando que se sentirán mejor, les hacemos cosas que no son propias de su ser. Son cuidados que salen de «nuestra opinión» y no de su necesidad. De todas maneras, si estas imposiciones y suposiciones las hacemos con nuestros semejantes, que sí que pueden hablarnos y manifestar su consentimiento o su desacuerdo, no es de extrañar que las hagamos con los perros.
Una vez que uno se hace cargo de una mascota es responsable de ella y debe otorgarle los cuidados que necesita. En eso no hay duda. El abandono y maltrato animal me parecen una crueldad. Pero tampoco nos vayamos al otro extremo. No sabemos si a nuestros perros les gusta lo que les hacemos o les ponemos, pero nosotros sí sabemos (o deberíamos saber) que con la acogida, el amor y el respeto que se les dé, para ellos es más que suficiente.