No tienes delante a la otra persona, te crees anónimo, a veces incluso eres sólo uno más entre la masa. Por eso es tan fácil insultar desde una grada deportiva. Generalmente contra el árbitro, pero últimamente nadie se libra. Hace poco pasó en Sevilla, en el campo de fútbol del Betis: el portero del equipo visitante, el Getafe, estuvo recibiendo insultos durante el partido y cómo es lógico, y hubiera hecho cualquiera, se dirigió al árbitro. Hasta ahí nada nuevo. Lo sorprendente y lo que ha hecho que sea noticia ha sido la respuesta del colegiado, Mateu Lahoz: «esta sociedad es así, lo hemos permitido».

Nunca hay razones para insultar, nunca. Sí las hay para disentir, para expresar desacuerdo, para condenar… pero no para insultar. A la vez, quizás compartamos la resignación que revelan las palabras del colegiado. Hemos llegado a un punto en el que es inevitable que unos cuantos insulten sin más, simplemente hay que bloquearlos, hacer oídos sordos y seguir adelante. El insulto es algo normal, que hay que soportar, pero contra lo que no podemos luchar. Quién se mueva en redes sociales sabe de lo que estoy hablando. Y, sin embargo, hay algo que se mueve en nuestro interior y nos hace rebelarnos ante esos insultos inevitables. ¿Y por qué tengo yo que soportarlo? Es la reacción del portero del Getafe. Y ante ello, se nos abre una disyuntiva, ¿respondemos o no? ¿No será seguirles el juego y ponerse a su nivel? Efectivamente responder con más insultos no tiene sentido, sino que inicia un bucle que difícilmente parará. Tampoco creo que el silencio resignado, el hacer oídos sordos sea un remedio duradero. Para parar la espiral no queda sino darle la vuelta a la frase de Mateu Lahoz, no dejar que la sociedad sea así, no permitirlo. En definitiva, no resignarnos.

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