Hoy, cuando iba en coche, había una rama tirada en la carretera. Al llegar a su altura cada coche que pasábamos la íbamos esquivando. Unos metros después pensé que lo ideal hubiera sido parar y retirarla de la carretera para evitar cualquier posible accidente.
Quizás en la vida a veces nos pueden suceder situaciones similares. Ante alguna dificultad de la vida o problema podemos optar por salvarnos nosotros bajo mantra de «sálvese quien pueda», o por salvarnos a nosotros pero sin olvidarnos de nuestro compromiso con los demás.
Y así habría miles de ejemplos: personas a punto de jubilarse que ya no se implican, porque «para dos días que les quedan…»; personas con trabajo fijo garantizado que les da igual la calidad de su trabajo porque ya no necesitan esforzarse; los que tienen un gran red de amistades y se olvidan de los solos y aislados; los que desempeñan un cargo público y anteponen su bien personal al de la mayoría; los que cambian la reglas del juego con tal de sacar tajada; el que coge medicamentos que no usa porque «total, son gratis»; el que no acude a la cita médica y no avisa; el que especula con el precio de los alquileres… etc. Todos estas situaciones reflejan que muchas veces no somos conscientes de que nuestros actos tienen unas consecuencias en los demás y, por tanto, en nuestro mundo.
Es imposible vivir una vida cristiana sin un compromiso con los demás. ¡Ahí lo dejo!