Las personas que somos cristianas sabemos que tenemos que darnos a los demás. El servir en la espiritualidad ignaciana nos acompaña desde que tenemos uso de razón. Pero hay veces que lo automatizamos y en muchas ocasiones se queda en la palabra. En psicología lo llamamos «habituación», cuando tenemos presente algo en nuestra vida tan repetidamente que lo integramos en nuestro día a día. Esa habituación, en términos de servicio, es peligrosa.
Hay veces que necesitamos que haya una fecha para recordarnos algo. De hecho, si revisamos el calendario actual, cada día es el día de algo. Hoy nos acordamos de esto o de aquello porque hay una fecha que nos lo recuerda. La limosna en la Cuaresma es igual. En este tiempo se nos recuerda que tenemos que seguir dándonos a los demás, en dar nuestro tiempo y nuestros talentos al servicio de la casa común.
Me doy cuenta de que conforme las personas nos hacemos mayores vamos dedicando menos tiempo a esto de darnos a los demás o lo que dedicamos es el tiempo que nos sobra, porque primero van otros intereses. El servicio no debe ser «lo que nos sobra» sino algo que viene del corazón y que nos mueve como prioridad, porque así lo hizo Jesús.
Y ojo, hay veces que nos dicen esto e inmediatamente se nos viene a la cabeza el «pobre», el más vulnerable y el que necesita nuestra ayuda. Y darnos a los demás, dar limosna, también es dedicar tiempo a tomar un café con una amiga, llamar a tus abuelos, organizar una salida al monte… es, simplemente, poner como prioridad al otro.