Si me preguntan en Barcelona de dónde soy, digo que andaluza. Si me lo preguntan estando en Paris, digo que española; y si la pregunta me la hacen en Camboya, diría que europea, pero ¿existe una identidad europea? Esta es una de las preguntas que nos hacíamos estos días 31 jóvenes de 11 países del viejo continente en un seminario organizado por los jesuitas sobre Fe y Política en Venecia. La idea es formar y acompañar a personas jóvenes que quieran involucrarse en la vida política, en la vida pública, entendida como un servicio a los demás, buscando el bien común en medio de la complejidad del mundo en el que vivimos desde un compromiso de fe. 

 Y tras estos días de convivencia donde las risas, heridas, fronteras e idiomas se fundieron entre sí, oigo las primeras valoraciones de la elección del polaco Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo y de la italiana Federica Mogherini como responsable de la diplomacia europea desde una lectura de repartos políticos y geográficos. Que difícil, a veces, encontrar a este Dios en una Europa unida económicamente, pero socialmente fragmentada, con poder, pero a veces sin autoridad, una Europa diversa, encerrada en sus fronteras, una Europa de raíces cristianas, pero pareciera que sin espíritu. 

 Durante el seminario nos preguntaron si Jesús fue un ser político. Difícil responder, de lo que no hay duda, es de que fue un ser activo, público, que se conmovió con el dolor del otro, que fue a la raíces de los problemas, que reconoció al otro como sujeto creador y que halló a Dios en todas las cosas. La invitación es a ser ciudadanos activos, comprometidos con nuestra sociedad y nuestro tiempo, desde el lugar en el que estamos o desde donde nos sentimos llamados, y por supuesto, a responder a esta llamada también desde nuestra fe. 

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