Europa acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto que tras siete años dejaba como herencia naciones destruidas, millones de personas asesinadas y una multitud de refugiados, represaliados y prisioneros que recién liberados deambulaban sin saber bien adónde ir. Por si fuera poco, existía la amenaza de un nuevo enfrentamiento bélico, esta vez nuclear, entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Mientras tanto, un «telón de acero» –como dijo Churchill– estaba rajando y dividiendo el viejo continente desde el Báltico al Mediterráneo.
 
Pero Europa quería salir de la pesadilla y mirar hacia el futuro confiando que todo lo vivido tras la guerra serviría para construir un mundo mejor, más libre y justo. Para ello la democracia se convirtió en algo básico, un bien fundamental y un valor innegociable. En este contexto apareció en algunos países el llamado «cristianismo social», una corriente política que buscaba construir una sociedad teniendo como base la Doctrina Social de la Iglesia. En Alemania, Francia, Bélgica, pero sobre todo en Italia, surgió una clase política culta, proveniente de las aulas universitarias, marcadamente antifascista y enfrentada a su vez contra el totalitarismo soviético. Políticos de la talla de Aldo Moro, Giorgio La Pira, Giuseppe Dossetti –o el propio Giovanni Montini, el futuro Pablo VI–, ligados a la Democracia Cristiana, soñaron con una nueva forma de hacer política «a lo católico», dialogando con quien pensaba diferente, promoviendo la libertad humana, la lucha por los más desfavorecidos y abogando por la construcción de una Europa unida.
 
Ellos entendieron la política como una vocación a su país y a lo público que nacía de su fe católica. Ayudaron a crear una república democrática en Italia y sentaron las bases de la construcción de la Unión Europea. Tiempo después algo del sueño se truncó: Aldo Moro acabaría siendo asesinado por las Brigadas Rojas y la Democracia Cristiana terminaría desapareciendo en medio de graves acusaciones de corrupción.
 
Italia, como gran parte de Europa, se encuentra sumida en una profunda crisis institucional donde la política hace tiempo que se convirtió en un escenario de miedo, violencia verbal, tensión, crispación y chantaje. Ojalá que el tiempo que está por venir, por incierto y preocupante que sea, no pierda el horizonte del bien común, de la lucha por los más desfavorecidos, de los que tienen peor suerte. De los que piensan diferente. En definitiva, que no se pierda la perspectiva de la fraternidad, entre muchas otras cosas.

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