Sesenta años después del Tratado de Roma y en el décimo aniversario del Tratado de Lisboa, el proyecto europeo se encuentra ante un punto de inflexión sin precedentes. Muchos de los que hemos crecido ya en este sistema hemos sido muy críticos con sus prioridades económicas pero, la Unión Europea ha cambiado innegablemente el rumbo de la historia desde sus valores comunes de libertad, democracia, igualdad y respeto a los Derechos Humanos. Actualmente, la comunidad social europea no sólo es el principal donante de ayuda humanitaria sino que, sobre el papel, es el garante político del pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad. Sin embargo, la decadencia económica y el fracaso del sistema para generar respuestas satisfactorias, han desembocado en una crisis social y de valores en la que la ciudadanía europea se precipita al abismo, con vendas populistas en los ojos.
El auge de partidos de extrema derecha y su peligrosa notoriedad; la denominada crisis de refugiados, el aumento de movimientos xenófobos y las débiles respuestas gubernamentales, o los proyectos políticos cismáticos, son señales inequívocas de que el proyecto comunitario se resquebraja. Las elecciones primarias en Francia y las anticipadas del Reino Unido son, definitivamente, oportunidades para reconducir o descomponer la UE. Y es aquí donde la población se la juega y donde la ciudadanía creyente podemos (¿debemos?) marcar la diferencia.
¿Elegimos vivir la experiencia religiosa como un propósito individual o, por el contrario, como una forma de vida compartida, con una visión trascendental?
Porque si elegimos ser instrumento de construcción de una sociedad justa, basada en el amor al prójimo, no hay lugar para la omisión de nuestras responsabilidades ante la deriva del sistema de derechos y libertades conquistado. Para todos. Como tampoco hay lugar para la aceptación de promesas electorales tan grandilocuentes como irrealizables. Si escogemos ser enviados a llevar la buena noticia, hemos de hacernos oír y sentir, a través de la opinión desde la reflexión crítica, el voto consciente, la movilización realista y el rechazo a los discursos populistas vacíos de contexto. Porque no manifestar rechazo, es estar a favor. Ser indiferente es ser cómplice. Debemos tener una voz en la sociedad y en la política, si optamos por la misión de tejer las redes descosidas, de tender puentes entre las orillas separadas. En nosotros esta la capacidad de deshacer o rehacer.