En la película Mary Poppins existe una canción que me fascina demasiado. En ella se canta «una cucharada de azúcar permite que la medicina baje». Esta canción nos enseña que, así como un poco de azúcar hace que la medicina sepa mejor y sea más tolerable, en la vida cotidiana, los pequeños gestos de dulzura pueden aliviar nuestras preocupaciones. Al reflexionar sobre la letra, se percibe un mensaje profundo, hablando de la inquietud que todos compartimos. Similar a cómo los pájaros y la naturaleza alivian las dificultades con un toque de dulzura, en nuestra época actual, necesitamos esa dulzura que se ha perdido con el paso del tiempo.
Por ello, me atrevo a actualizar la canción para destacar que lo que realmente necesitamos es compasión. Pedir azúcar sola para enfrentar los problemas no es la solución. En cambio, una dulce compasión es el ingrediente esencial que escasea en los supermercados de la vida moderna. La falta de compasión –o peor aún, su ocultamiento– nos desconecta de la realidad. Tememos sentir dolor, llorar o sufrir junto a aquellos que atraviesan dificultades. Por ende, optamos por consumir el azúcar de la indiferencia o nos sumergimos en actividades que nos distancian de la realidad.
En el evangelio, Jesús nos enseña que no podemos vivir alejados de la realidad. Para amar de manera auténtica, debemos sentir, comprender y, en ocasiones, sufrir con los demás. En toda su travesía, Jesús impactó las vidas de las personas y miró a los corazones. No se quedó con la simple azúcar superficial, sino que entró en la profundidad del dolor y del sufrimiento, convirtiendo esa amarga indiferencia de la época en la compasión dulce que necesitaban. La gran misión para los cristianos de este tiempo es reintegrar ese ingrediente olvidado: la dulce compasión. Necesitamos individuos llenos de compasión, capaces de impactar las vidas de los demás, siguiendo el ejemplo de Mary Poppins en su historia, que buscó unir una familia desde adentro. Como discípulos, debemos caminar bajo el estandarte de Jesús, viviendo las palabras que él nos enseñó: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado». (Jn 13, 34).