Las generaciones que vivieron las tragedias de la Guerra civil española, la 2ºGuerra Mundial, y la amenaza de una guerra nuclear entre los dos bloques de la Guerra fría recibieron con entusiasmo la incorporación a la entonces llamada Comunidad Europea, hoy Unión Europea.

El principal objetivo de una Europa unida era precisamente el de garantizar un espacio para la paz, donde la amistad entre los pueblos prosperase en base a la solidaridad concreta. La Unión Europea tuvo como artífices a tres políticos católicos: el francés Robert Schumann (en proceso de beatificación), el alemán Konrad Adenauer, y el italiano Alice De Gasperi. Tres hombres que, gracias a la fe que compartían, supieron ver lo que les unía como ciudadanos de Europa, en un tiempo, cabe recordar, en el que las divisiones y el resentimiento eran el pan cotidiano.

Todo lo grande y bueno que se ha construido a lo largo de la historia europea ha tenido este fondo espiritual cristiano. No está de más recordarlo en un momento en el que han vuelto con fuerza, tanto a la política nacional como internacional, los discursos del odio. Hoy no interesa, y de hecho no ha habido ningún debate en la campaña electoral europea sobre el tema, como corregir los graves problemas del proyecto común europeo (excesiva burocratización, falta de solidaridad común, abandono a un sistema financiero en el que la persona no está en el centro, etc.). Por el contrario, solo parece interesar como crear muros más altos entre los pueblos –tanto europeos como extranjeros–, y como aprovechar la ocasión para atizar al adversario del partido contrario.

No me resisto a señalar que la causa más radical de esta situación está, a mi modo de ver, en que hoy buena parte de Europa es indiferente a aquella base religiosa que compartían los padres fundadores de la Unión Europea. Cuando el corazón de los pueblos se cierra a la Palabra: “Dios es amor. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros” (1Jn 4, 8.12), no es posible edificar una cultura que integre las diferencias legítimas de cada uno en un futuro común. La mejor forma de construir un futuro para Europa es abrir nuestra vida a la acción de un Dios que a todos ama por igual.

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PastoralSJ
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