Un compañero jesuita me enseñó que cuando estamos mal, en realidad no estamos tan, tan mal. Pero que es más difícil reconocer que cuando estamos bien, en realidad no estamos tan, tan bien. Vivimos un tiempo que se conjuga en éxitos, en el que tenemos seguidores que nos hacen creer importantes y en el que los días normalitos no salen en la foto. Por eso cuesta escuchar a alguien reconocer que en realidad su triunfo esconde un fracaso.
Nigel Farage, el hombre impulsor del Brexit lo ha hecho, ha reconocido que el Brexit ha sido un fracaso. Incluso aunque su proyecto ha llegado a término exitosamente, sacar a Reino Unido de la Unión Europea, no se engaña tras el éxito de haber culminado su propuesta política. El camino importa más que el punto de llegada. Y el camino del Brexit no ha traído los bienes prometidos, al contrario, una por una se van cumpliendo las peores predicciones sobre los retrocesos y aprietos en los que se pondrían si abandonaban el proyecto europeo.
Muchos seguro que han recibido la noticia con la satisfacción del poder entonar un sonoro «yo ya lo dije», con el dedo índice alzado, condenatorio. Cuántas veces nos damos esa satisfacción cuando alguien cercano nos dice que ese sueño no ha resultado ser lo que parecía. Porque, además, normalmente ya teníamos nosotros la certeza de que eso mismo iba a ocurrir. Con la pandemia se popularizó en redes el meme del Capitán A Posteriori, para todos aquellos que ya sabían que eso iba a ocurrir antes que nadie… pero una vez que ha pasado.
No es ninguna sorpresa que la desunión trae más contrariedades que beneficios. Pero no por ello la actitud del «te lo dije» ayuda a nada, más que a la satisfacción personal. Esto no significa la palmadita en la espalda de apoyar sin comprometernos. Cuando alguien nos reconoce que en realidad se equivocó, que no le ha salido bien la jugada, quizás primero debamos recordarnos que, si lo veíamos venir y callamos, perdimos el momento de avisarlo. Y si lo dijimos, nada ganamos en el regodeo. Lo que toca es ayudar en los siguientes pasos, y, sobre todo, aprender que si lo veíamos venir, igualmente fallamos al no avisar en su momento.