Nos resulta difícil reconocernos en el error, en que algo no salga como esperábamos o necesitábamos. Y la salida más fácil pasa por huir hacia adelante, sin mirar atrás ni a los lados. Como esos terraplanistas tan convencidos de que la Tierra es completamente plana, que para ellos resultan inservibles todas las evidencias científicas que se acumulan en contra de esa idea. Hasta el punto de que su última ocurrencia ha sido fletar un crucero para navegar hasta lo que ellos interpretan que es el borde de la Tierra, más allá del cual se acaba el planeta.

Es fácil ver el error de los terraplanistas. Porque siempre es más fácil reconocer cuándo está equivocado el otro. Cuántas veces vivimos con angustia o con cabreo el ver como alguien cercano se encabezona tanto en algo que no es posible razonar con él o que nos escuche. Y tenemos que esperar, impotentes, a ver cómo se la termina pegando contra la verdad. Aquello que nosotros ya sabíamos que iba a ocurrir.

Pero tampoco tú estás libre de cegarte. Se te cruza algo por la cabeza y no hay quien te baje del burro. Da igual que todo el mundo lo vea de otro modo distinto, que te presenten pruebas de que estás equivocado, que a los que te rodean les parezca evidente tu error y así te lo hagan saber. Nada ni nadie te va a hacer cambiar de opinión… hasta que te la pegas tú solito.

Seguro que, aunque te cueste reconocerlo, has pasado por algo así. Te has obcecado en una postura, una idea, una relación, un modo de hacer… y tu entorno te manda advertencias de que ibas por un camino equivocado, pero tú como si nada, pensando que el resto del mundo estaba equivocado, menos tú, que eras el más sagaz, el que veía con claridad mientras el resto andaba en la oscuridad. Hasta que la luz se hace para ti, a veces de un modo doloroso. Entonces te sientes avergonzado, decepcionado e incluso un poco tonto por no haber escuchado las advertencias de los que te rodean.

Es más sencillo ver el error ajeno. Por eso esta alocada idea de fletar un crucero para demostrar que la Tierra es plana nos ayuda a ver hasta qué punto podemos perder la razón por defender las propias ideas o formas de ver y entender el mundo, a las personas… Si te parece una locura lo que van a hacer –porque lo es– piensa un poco en ti mismo y las locuras en las que acabas metido por no querer ceder la razón. Los caminos sin salida en los que te enredas. Y proponte que la siguiente vez al menos dejarás espacio para preguntarte: ¿y si el equivocado soy yo?

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