Existe una expresión en inglés que se ha puesto de moda estos últimos años entre los jóvenes que reza así: sorry, not sorry. Que vendría a decir algo así como: «lo siento, pero no lo siento». Es decir, sé que lo que he hecho te molesta, sé que lo que he hecho no te ha hecho bien; pero, aun sabiéndolo, no lo siento por ti.

Ante esta actitud solo me sale una posible respuesta: lo siento porque no lo sientas.

Lo siento profundamente por ti por no dejarte transformar por la fuerza que tiene el perdón. El pedirlo y el recibirlo. Porque en un mundo en el que los jóvenes controlamos tan poco nuestros actos, arrastrados por el gran tsunami de la sociedad, a veces la única balsa salvavidas a la que nos podemos aferrar es la del perdón. El sentirnos perdonados por sabernos imbuidos en dinámicas en las que nunca pedimos estar. El saber perdonar por saber que el otro se encuentra en esa misma tesitura.

Surge, muy a mi pesar, una vertiente tergiversada del perdón. Y así, existe una concepción del perdón donde nos situamos en el centro, porque sabemos que el perdón nos hará sentir liberados. Y sí, lo hará. Pero esa ha de ser la consecuencia, no el motor. Porque el orden de los factores, en este caso, altera el producto. Para poder pedir perdón al otro es necesario ponerle en el centro, sentir el daño que le hemos ocasionado y tener la necesidad de repararlo. Porque si solo nos ponemos a nosotros en el centro y solo pensamos en el poder sanador del perdón, llegará un día en el que acabaremos diciendo (aun sin quererlo): sorry, not sorry.

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