Reconozco que algunas veces, a la hora de escribir o pronunciarme sobre algún tema, o de publicarlo en mis redes sociales, siento cierta prevención o miedo. Puesto que sé que, después de publicarlo, algún amigo o conocido hará un comentario hostil o hiriente sobre ello, que dará lugar a un debate público en el que otros también expondrán sus razones a favor o en contra, generando en definitiva mucha polémica y beligerancia. Estas discusiones, en la mayoría de los casos, se prolongan, haciéndome perder no solo mucho tiempo, sino también la paciencia, al ver que, por muchos argumentos que aluda, estos no convencen ni producen un diálogo con aquellos que tienen una opinión diferente a la mía.
En este punto, uno se pregunta si es mejor evitar los temas polémicos en las redes sociales, puesto que crean división, o, por el contrario, entrar a todos los trapos para defender ante todos nuestra posición. Creo que este punto es muy importante en lo que a nuestra presencia como cristianos en las redes (y en la sociedad) se refiere. En este sentido, recuerdo cómo hace años un jesuita me hablaba sobre la necesidad de discernir nuestro silencio. Puesto que, hay silencios que, nacidos del miedo, se vuelven cómplices de aquello contra lo que deberían hablar. Y otros que, por tener su origen en el deseo de triunfar contra quien piensa diferente, generan lucha y división.
Por ello, creo que es importante pensar antes de generar información y debates en las redes, o de compartir un artículo o una información en el primer momento en el que esta llega hasta nosotros. Puesto que un verdadero cristiano, tal y como hizo Jesús, no se puede callar delante de las injusticias ni dejar que estas pisoteen los derechos de los demás (ni los propios). Pero a la vez, tampoco puede desgastarse en discusiones y debates inútiles, en las que no solo no logra nada, sino que acaban robándole las energías que podría utilizar para evangelizar.
En definitiva, la presencia cristiana en las redes precisa de valentía, inteligencia y calma. Valentía para que no sean los likes o el miedo a las descalificaciones los que decidan el contenido que compartimos, sino que sea más bien la mirada de Dios sobre nuestro mundo y sobre nuestras vidas. Inteligencia para saber en qué debates merece la pena enfrascarse y en cuáles no, a la vez que saber cuándo es el momento de parar de discutir apologéticamente, para dedicarse a evangelizar. Y calma para no tomarse todo de manera personal y no hablar buscando triunfar, sino hacer pensar. En el fondo se trata del ejercicio difícil, pero no imposible, de saber cuándo se debe hablar y cuándo callar, sin confundir estos dos momentos.