Cada día más y más personas se suman a las redes sociales. Todo el mundo busca algo en ellas: entretenimiento, conocer gente, información. Las redes sociales son ya –y más en estos momentos– la plaza pública en la que nos relacionamos. Una plaza en la que no hay prácticamente fronteras.

Y dentro de ello, hay muchos modos de estar en la red. Pero no todos son recomendables. Desde hace ya tiempo las redes sociales se han convertido en pozo de frustración de muchas personas. El lugar en el que algunos se sienten libres para soltar toda la basura, odio, sarcasmo hiriente que llevan dentro. No solo contra situaciones, circunstancias o ideas; también contra otras personas a las que no consideran dignos de respeto.

Esto, que duele a cualquiera con un poco de sensibilidad social (el odio crea rechazo a cualquiera que no odie), es especialmente hiriente en el ámbito de los creyentes. Cientos de personas conforman las comunidades online con perspectiva religiosa. Es triste –y ocurre más de lo deseable– ver discusiones poco cariñosas entre personas que se dicen creyentes a costa de una u otra idea. Pero más doloroso aún es ver cuentas parodia, nicks falsos, o no, haciendo mofa y befa de todo lo que según una visión patrimonialista de la religión consideran menos cristianos que ellos. Y aún peor si cabe, personas aparentemente razonables entrando a ese juego.

Claro que se puede hablar de todo y con todos. Claro que se puede opinar y tener posiciones diferentes. Incluso habrá veces que quienes quieren construir metan la pata en algún momento (eso le puede pasar a cualquiera). Lo que no entiendo es estar en redes sin ser constructivo o, como mínimo, educado, pero llevar la Cruz de Jesús por bandera. La Cruz, sin caridad, es solo un elemento de tortura antiguo.

Si uno hace bandera de sus creencias en público, se presupone unos mínimos exigibles a la hora de exponer opiniones, ideas. ​La prudencia es una virtud que vale la pena cultivar en público. No es necesario decir todo lo que uno piensa, porque por el camino nos dejamos muchos matices. Tampoco hay que olvidar el púlpito (a veces literal) desde el que hablamos. No es lo mismo ser un cargo público que no serlo, tener cien, que mil, que un millón de seguidores, etc. La prudencia nos invita, pues, a pensar antes de escribir y a no escribir todo lo que se piensa. También esta virtud se pone en marcha a la hora de interactuar con otros. Si uno no es capaz de asumir puntos de vista contrarios a su imaginario, no es aceptable el insulto o la burla para intentar acallarlos: las plataformas permiten no seguir, silenciar y bloquear, si uno quiere.

Estar en redes es como mínimo una responsabilidad. Y para muchos una misión. Y el ejemplo que se da en ellas es, para muchas personas, la única relación con cristianos que van a tener en su vida. Va mucho en ello. Cabe preguntarse cuál es la impresión que se lleva alguien cuando entra a nuestro timeline. Sería triste que no fuera buena.

También, creo que es justo decirlo, hay mucha gente que se toma muy en serio su presencia online. Gente constructiva, paciente, dialogante. De unos y otros signos y sensibilidades. A ellos, mi agradecimiento y admiración. Ellos hacen del Evangelio y su principal Ley (el Amor) un modo de vida concreto también en el mundo virtual.

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