Como poco, llama la atención; no me digáis que no. Que en los entornos abiertos, terrenos donde la información corre sin freno y la libertad se respira connaturalmente, es donde más florecen integrismos de todo pelo. Y es que es ahí, precisamente ahí, donde se van agrupando extremistas de lo rancio, que se aplauden y realimentan, reforzando endogamias e identidades radicalizadas, cuya característica más común es la intransigencia con lo distinto.
Y mira que me encantan las redes, pero me cuesta mucho sobrellevar este efecto amplificador-de-lo-extremo. Es como si crecieran como setas, alérgicos a la novedad y aterrorizados ante los que se atreven a dar pasos en lo ambiguo, salir a la intemperie, recrear en las fronteras y formular balbuceos. Y son agotadores. Porque en campo abierto pareciera que tiene razón el que más grita, y en terrenos donde no hay horizontalidad la demagogia dogmática es la salsa de los intolerantes. Porque en contextos donde la caridad escasea lo fácil es faltar a lo personal y desacreditar sin piedad, no importa el daño que se haga, pues lo último es la persona ¿será entonces Dios lo primero?
Estoy tan harto de leer en las redes soberbia disfrazada de verdad, miedo camuflado de firmeza, inseguridades alimentando divisiones, y a nuestra Iglesia utilizada como arma arrojadiza… Estas actitudes nunca, jamás, dejarán espacio para lo nuevo, la renovación es imposible y la innovación se extingue… Que Dios nos libre de los trolls disfrazados de ortodoxia porque en esas hordas ni el Espíritu tiene hueco. Y nosotros, a lo nuestro, que es lo de Jesús, poner la otra mejilla, y a seguir construyendo Reino.