Hay lugar para todos. Un obispo mayor que predica cantando al ritmo joven de la asamblea. Locales de comida sobrepoblados con mesas llenas y siempre mezcladas de rasgos, acentos, banderas. Sonrisas, guiños de ojo, apretones de manos y palmadas con desconocidos que se reconocen cercanos de solo pasar por al lado. Acá nadie es indiferente con su vecino, sino lo contrario, todo roce es oportunidad para el saludo, el intercambio, encuentro.
Claro que también hay conflictos, con el calor, con la espera, con las distancias, con los enredos de una organización que a pesar de los desvelos nunca alcanza para acomodar lo suficiente. Pero eso es lejos lo menos importante; solo confirma que están los pies en la tierra, y que aun con los mejores intentos también en estos días de santidad compartida somos todos de barro en proceso hacia una humanidad mejor.
Y esa humanidad mejor se ve, se toca, se huele durante estos días de JMJ.
Hasta hoy martes fuimos llegando los peregrinos, acogiéndonos en casas de familia, abriendo los mapas, entendiendo el transporte y caminando un poco la ciudad. Algunas adoraciones por países en distintas iglesias, misas de pastorales específicas o regionales. Los que están desde más tiempo, habiendo misionando unos días de ‘pre-jornada’ en ciudades aledañas. Recién esta tarde arranca oficialmente la fiesta. Y lo que puedo asegurar en estos días de espera es que acá, como en la mesa de Jesús, hay lugar para todos.