Vivimos en una sociedad en la que cada vez parece primar más la crispación. Señalamos con el dedo fácilmente al otro y casi apenas genera reparo clasificar a unos y a otros en un determinado perfil, lo que en muchas ocasiones nos ha llevado a separarnos.

Lo que hemos vivido como Iglesia recientemente, en la Jornada Mundial de la Juventud, nos ha dejado más que claro que existe una verdadera alternativa a ello y el Papa así nos lo ha señalado estos días. «En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más, hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente cuando manda los apóstoles a llamar al banquete de ese señor que lo había preparado. Dice, vayan y traigan a todos: jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. Todos. Todos. Todos. En la Iglesia hay lugar para todos. ‘Padre, pero hoy soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?’ Hay lugar para todos».

Todos vitoreamos en nuestra propia lengua aquel cántico de esperanza para el mundo: «Aquí cabemos todos», gritaban cerca de un millón de jóvenes al unísono. Jesús se rodeó de pecadores, de justos e injustos, buenos y no tanto… no vino buscando revancha, como tal vez pensaban algunos. Aunque ello no debe llevarnos al relativismo, su justicia es muy diferente a la nuestra y por eso a veces nos cuesta entenderla. Aquel que se cae, que peca, no está acabado. La Iglesia le sigue ofreciendo ese apoyo de Madre para crecer, para continuar y ser la mejor versión de sí mismo.

Lo más importante empieza ahora… poner todo aquello en práctica. Y sí, por si quedaba alguna duda, el Papa lo ha dejado bien claro: Todos, todos, todos.

 

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