Esta última semana, en la JMJ en Panamá, más de quinientos mil jóvenes de todas partes del mundo dieron voz y vida a las palabras de María, diciendo junto con Ella: «hágase en mí según tu palabra». Un ‘hágase’ cantado con ritmo pop, de salsa, rap, rock… Un ‘hágase’ bailado, un ‘hágase’ gritado y saltado, apasionado, celebrado, compartido. Un ‘hágase’ testimoniado con historias de vida transformadas por el amor de Jesús. Un “hágase” buscado, en la aventura de encontrar el propio sentido de vida, la propia vocación, la manera concreta de responder a ese ‘sígueme’ que late dentro del nombre de cada uno y que solo quiere hacer de la propia vida el mejor regalo. Un ‘hágase’ valiente, porque hay que tener coraje para arriesgar por Dios, para ir a contracorriente de una realidad que muchas veces tira para abajo más que para arriba.
Termina la JMJ y el cuerpo esta agotado, por las horas de caminata, fila, la insolación, la falta de sueño… pero todo es poco al lado de la ganancia. Porque estos días no solo hubo voz y vida para el ‘hágase’ de María y de los jóvenes participantes, sino sobre todo para lo que Dios hace con ese sí: Dios entra en el mundo, en la historia de cada uno, en la historia del pueblo, y lo salva todo, lo transforma todo.
Ya la JMJ terminó, ya empezamos a alejarnos de la ciudad de Panamá, y me imagino cómo el fuego concentrado en este punto geográfico va desmenuzándose en pequeñas luces que van recorriendo y cubriendo la totalidad del mapa del planeta. Kuwait, Angola, Corea, Noruega, Eslovaquia, Polonia, España, Canadá, Nicaragua, Perú, Argentina, Australia… por decir solo algunas de las banderas que se hicieron presentes en la jornada. Algo así como habrá sido aquel día del primer Pentecostés en la Iglesia, «de Jerusalén a todas las naciones». Y ahora confieso que estoy esperando con muchas ganas esa llegada a casa, para recuperar el cuerpo y repasar cada día, cada encuentro, cada discurso, cada canción.
«Enamórense de Jesús, les aseguro que eso lo cambiará todo» prometía el Papa en la última misa de envío. Y como el niño ansioso por poner en práctica la novedad aprendida, creo que todos hemos respondido espontáneamente en el corazón: ‘hágase’. Porque hay cosas que solo puede hacer Dios, pero nosotros podemos darle nuestro sí, y eso basta.