Advierten varios periódicos de una «Campaña de sabotajes contra el hospital Zendal». La entradilla de uno de los artículos habla de cables desenchufados, tuberías obstruidas, sistemas de ventilación desconectados, robos de piezas, inundaciones…

A partir de ahí ya es previsible lo que va a ocurrir. Empezará la maquinaria del doble rasero a funcionar. Los amigos de Ayuso creerán a pies juntillas la información publicada y acusarán a sus rivales de cualquier tropelía con tal de hundirla. Los enemigos de Ayuso dirán que esto es mentira, fake news, y seguirán cargando las tintas contra un hospital que parece estar aliviando bastante la situación sanitaria de Madrid. Seguro que algún amigo de la conspiración dice que sí, que seguro que son los propios defensores de Ayuso quienes lo hacen para ir de víctimas. Y así, suma y sigue.

A mí me cuesta creer que algo así sea verdad. Me cuesta, o más bien no quiero creerlo (porque, desgraciadamente, a estas alturas ya no me sorprendería). Pero, si hay algo de verdad en esto, es el síntoma de que nuestra sociedad se precipita hacia un abismo. Si el sectarismo llega al extremo de hacer que, para perjudicar al «rival», no importe ni siquiera la salud de los enfermos y el trabajo extenuante de un personal sanitario ya de por sí agotado, tenemos psicópatas camuflados de ciudadanos que confunden reivindicación y crimen.

Es posible que algún lírico salga ahora con eso de que «en el amor y la guerra todo vale». Para mí, el que haya quienes han elegido convertir las crisis contemporáneas en escenario privilegiado para sus guerras políticas, cada día me desencanta más. Y el que además tengan forofos que siguen aplaudiendo, jaleando y haciendo los coros, también.

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