No sabe uno si parece algo sacado de una película de Monty Python, o un guiño gamberro de la historia repitiendo la confrontación de otros negacionistas (como los que se enfrentaban a la teoría de la evolución, o los todavía exóticos terraplanistas que en algunas latitudes defienden que lo de que nuestro planeta es esférico es un mito). Lo que sí parece claro es que son demasiadas las personas dispuestas a poner en riesgo su vida y las de los demás –o convencidas de que dicho riesgo no es tal–. Cuando ves algún vídeo tomado en la plaza de Colón la tarde del domingo 16 de agosto, con miles de personas apelotonadas, sin mascarilla y gritando consignas que mezclan lo cospiranoico, el cabreo por el país que nos está quedando y proclamas tipo Woodstock sobre la libertad, te quedas perplejo –al menos este que aquí escribe–. Un señor, megáfono en mano, grita, entusiasta: «Vamos a abrazarnos». La verdad es que los que le rodean no parecen muy por la labor, pero el tío se desgañita y al final dos mujeres que llevan una pancarta (no sé lo que pone), terminan ofreciéndole unos brazos amables. Y a mí me sale pensar si al final no será todo esto un tema de soledades mal gestionadas.
Uno intenta explicarse cómo es posible. ¿Es que la estrategia comunicativa consistente en apelar a la épica del Resisitiré y no mostrar un solo familiar desesperado –ya no digamos un enfermo intubado en la UCI– nos está pasando factura? Personalmente siempre he defendido que debería haber habido más transparencia, pero eso no es justificación. Conozco a poca gente –y menos aún en Madrid– que no tenga en su entorno más o menos cercano (familiar, vecinal, laboral) casos de personas enfermas y de fallecimientos cercanos. O que no conozca, al menos, personal sanitario que ha pasado unos meses muy duros en los que las situaciones con que tuvieron que lidiar fueron terribles. Es más, hasta donde sé, el icono pop de este absurdo negacionismo, un cantante bandido de tiempos más felices, perdió a su madre por el mismo virus cuya capacidad de contagio se empeña en minimizar.
Estamos en un mundo que ha convertido la opinión en ley y la afirmación subjetiva en criterio de verdad. La realidad es lo que cada uno quiera que sea. Y mientras no encontremos caminos hacia el rigor, la información más objetiva y la reflexión con argumentos y datos, seguiremos teniendo episodios surrealistas como estos. Lo malo es que esto no es una comedia absurda para una tarde de zapping, sino la actualidad que está sacudiendo a nuestra sociedad. Y esto acaba de empezar.