Quizás ya conoces el culebrón mediático. Elena y sus compañeras de piso, Ángela, Lucía y Rocío. La primera, estudiante de enfermería, se contagió de Covid. Las otras tres, por WhatsApp le vinieron a decir que ahuecara el ala y se fuera a casa de sus padres. Cuando Elena les dijo que sus padres eran población de riesgo, que no podía ir, que en realidad el confinamiento les tocaba a todas por contacto estrecho, y que ella se comprometía a guardar todas las medidas de higiene si las otras la podían ayudar, e incluso si no… la respuesta fue que nanay. No nos vas a estropear la vida diaria, bonita (vinieron a decir –no sé si pondrían aquello de Pimpinela de olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta, pero poco debió de faltar–). Elena entonces publicó en redes las conversaciones de WhatsApp. Y se armó. Elena, víctima y heroína. Las otras, villanas egoístas. El episodio, carne de meme de lo más jocoso. Los medios, encantados. Y ya veremos en qué acaba todo, porque aquí lo mismo termina Elena denunciada por publicar conversaciones privadas, las otras linchadas por las hordas de tuiter, o el virus bailando la macarena tras vencer en otra batalla al sentido común.
No entro en todo lo que implica un episodio así, porque supongo que hay muchos matices. Tampoco sé si es lícito o no publicar en redes conversaciones privadas (cualquiera de nosotros seguro que tenemos conversaciones que nunca imaginamos que terminen en las redes sociales, y confiamos en la privacidad para ello).
Pero confieso que me he quedado de piedra al ver la contundencia de esas compañeras de piso que, incapaces de comprender la dificultad de la enferma, solo piensan en lo que sea más cómodo, más conveniente o más útil para ellas. Y no se esfuerzan en negarlo. Recordaba, por asociación, a aquellas otras dos sanitarias que, absolutamente inconscientes, no solo humillaron a una anciana a la que debían atender, sino que lo subieron a las redes.
Lo que me impresiona es que el egoísmo tiene carta de ciudadanía. ¿Por qué voy a preocuparme yo por ti? –vienen a decir las compañeras de piso–. Tal vez sea fácil ahora demonizarlas por eso, –y seguramente nos falten datos sobre la convivencia en ese piso– pero, ¿no es esta actitud del «yo a lo mío» algo demasiado frecuente? ¿No lo estamos viendo ahora, por ejemplo, en la negativa de muchos a aceptar restricciones que les incomodan, pensando que el bien común no es su problema? ¿Qué está pasando para que tantas personas pierdan la empatía básica para hacerse cargo del problema del otro? Creo que hay una historia que necesitamos recordar una y otra vez. Comienza así. «Un hombre viajaba de Jerusalén a Jericó…»