Hace años veíamos a selecciones de fútbol como Francia o Inglaterra formadas por jugadores con orígenes muy diversos, cuyos nombres poco o nada encajaban con el idioma del país y no por ello su pasión y su compromiso eran menores, quizás el mayor ejemplo de todos es Zinedine Zidane. Hace unos días, en España, el jugador del Barcelona Ansu Fati batía un récord después de 98 años convirtiéndose en el goleador más joven en la historia de la Roja.
El caso de Ansu Fati es excepcional, no solo por los récords que acumula, sino porque solo unos pocos consiguen el sueño de dedicarse al mundo del fútbol. Sin embargo, esto no le ha allanado el camino, pues su familia emigró cuando él era muy pequeño, y no les ahorraron dificultades. El deporte nos da una muestra más de su capacidad de integración, un fenómeno algo nuevo en España porque no son extranjeros pero tampoco son originarios de aquí, y aun así triunfan en algo tan mediático para nosotros como es el fútbol. Si realmente el deporte demuestra cómo es de verdad la sociedad, es probable que en unos años encontramos muchos más casos, como pueden ser Achraf en el Inter, Williams en el Athletic o Mariano en el Real Madrid.
Quizás la lección más importante de este récord es que frente a los prejuicios contra la inmigración y las dificultades –que existen–, hay mucha gente que viene a sumar y a contribuir con su esfuerzo, talento e ilusión a mejorar la sociedad. Un ejemplo más de que lo diferente puede ser enriquecedor si somos capaces de apoyarlo, integrarlo bien y dejar que los procesos echen raíces, porque lo contrario solo nos arroja al odio, al sectarismo y a la división, de los que vienen y de los que ya estamos aquí.