Son muchas las rivalidades deportivas que han engrandecido la historia del deporte. Muchos vivimos, padecemos y disfrutamos las tensiones entre equipos de fútbol. Puede que la más evidente y conocida sea la del Madrid y el Barça, y que se reprodujo en su máximo esplendor con Cristiano Ronaldo y Messi hace años. Pero también están Karpov y Kasparov en el mundo del ajedrez, Prost y Senna en la Fórmula 1, Börg y McNroe, Agassi y Sampras y Mónica Seles y Steffi Graf en las pistas de tenis, Ali y Frazier en cuadrilátero y otros tantos que incluyen desde Rossi, Márquez y Mourinho hasta Guardiola, Indurain o Magic Jonson entre otros muchos. Una rivalidad que lejos de anular al otro, hace que cada uno luche por ser mejor.
Acabamos de ver la despedida de Roger Federer, que lejos de reivindicar ante el mundo su clase, su estilo y, sobre todo, sus 20 Grand Slam, ha decidido despedirse del deporte junto a sus eternos rivales, y sobre todo amigos. Quizás sea este el ejemplo más claro de la nobleza del tenis y del deportista suizo, que no solo ha logrado ser elegante en la pista, sino que ha sabido llevarlo a las relaciones personales, haciendo que sus rivales no se convirtiesen en enemigos, más bien todo lo contrario, llegando incluso a hacerse grandes amigos. Se trata de una gran gesta. Y esto, seguramente sea tan excelente como lo son sus títulos, porque es un valor hecho virtud que permanece en el tiempo, y es ejemplo para jóvenes y no tan jóvenes.
Evidentemente, son muchas cosas las cosas que podríamos decir del deporte, y otros tantos los factores que hacen que sea importante para la sociedad. Algunas buenas y algunas malas, como en todo. Lo que está claro es que el deporte logra la excelencia cuando, además de saber competir con pasión y con elegancia, hace mejores a las personas, y está claro que Roger Federer ha sabido jugar y ganar el partido, dentro y fuera de la pista.