A lo largo de estos últimos meses, parte de la actualidad ha estado marcada por la violencia sexual. Episodios en Hollywood, en los sanfermines o incluso en el mundo del deporte evidencian que son algo más que titulares de prensa. Aunque son noticias tristes y a uno le dejan mal sabor de boca, es bueno que salgan a la luz casos y que se levanten historias que han sido y son auténticos infiernos para mucha gente. Cada vez son más son las personas concienciadas de que es un problema social que no podemos permitirnos el lujo de obviar, y menos de ocultar. Sin embargo, creo que reducirlo solo a machismo estructural o a la incompetencia de la justicia es tener una mirada muy simple para un problema tan complejo.
En estos casos nadie duda de que la culpa es absolutamente del agresor, pero creo que como sociedad tampoco ayudamos. Poco a poco hemos creado una cultura donde el sexo empieza a convertirse en la gran prioridad para muchas personas. Son muchas las plataformas que te ayudan a tener relaciones fáciles, rápidas y anónimas, por no hablar de los programas que juegan a emparejar a los ‘inocentes’ participantes, y por supuesto no me puedo olvidar de las letra del reguetón o la erótica de muchos libros y películas de adolescentes. La lista puede ser interminable. Ejemplos que van calando en la imaginación y en el modo de entender el mundo y las relaciones –pienso en jóvenes pero también en mayores– que llevan a percibir el sexo como un absoluto donde todo vale.
La realidad nos muestra continuamente cómo ideas mal entendidas en personas asalvajadas crea víctimas inocentes. Ojalá que este tema tan triste nos ayude a repensar qué percepción del sexo ofrecemos como cultura. No se trata de juzgar de puertas para dentro la vida de las personas, pero sí plantearnos de puertas para fuera qué es lo que realmente favorecemos en nuestra sociedad. Si el sexo es solo una urgencia placentera o es una forma de expresar un amor auténtico. Si las palabras «te quiero» tienen contenido o son una expresión vacía. Si queremos que piensen que todo vale o que detrás de cada cuerpo hay una persona y no un objeto. Sobre todo, debemos aspirar a que algo tan humano como el sexo no solo se quede en algo consentido, sino con sentido.