Hablemos a propósito de la difusión de videos sexuales, por la sencilla razón de que de vez en cuando surgen noticias de filtraciones o de robo de archivos. Unas veces de forma ilegal y otras a modo de descuido, e incluso de venganza. En todos casos no solo mostrando los momentos íntimos de una persona, también la incomodidad de familiares y amigos y la hipocresía de una sociedad que lapida, voyeuriza y defiende la salud mental, todo al mismo tiempo.
Y no es cuestión de lamentar la obsesión por el sexo de nuestra sociedad o el mal uso de la tecnología, y por supuesto de las redes sociales. Tampoco se trata de marcar los centímetros que se pueden mostrar, criticar la necesidad de llamar la atención proclamando a los cuatro vientos la propia vida sexual y matizar en cuánto de legal hay en robar vídeos ajenos –diría que poco, la verdad–. Más bien se trata de poner en valor el cuerpo humano y la intimidad de las personas. Es decir, el exhibicionismo compulsivo o la falta de pudor no significa luchar contra un paradigma moral precocinado como algunos creen, sino cómo esta falta de intimidad y de pudor nos humaniza o nos reduce a un simple objeto de culto. En definitiva, si nos hace más o menos personas, tanto al que observa como al que se muestra sin pudor como quien tiende la ropa interior en un patio de vecinos.
Creo que la belleza del ser humano debe mostrarse en todo su esplendor, pero eso no significa renunciar a la dignidad que todos tenemos por el simple hecho de ser personas. La cuestión está en qué momento cada ser humano, cuando se expone al ojo ajeno en cualquiera de sus formas, se convierte en un objeto más o en una persona con mayúsculas. En qué instante una mujer o un hombre se hacen más o menos humanos bajo la mirada de los otros. Y esto es una tarea que nos compete a cada uno cuando expresamos nuestra intimidad en público y cuándo vemos que alguien expone al aire sus vergüenzas, ya sea a través de obras, carnes o palabras.
El pudor y la intimidad no responden solo a normas sociales del pasado, más bien a la necesidad de proteger nuestra dignidad y de paso evitar problemas mayores. Al fin y al cabo, no todo tiene que ser necesariamente público, porque hay algo que pertenece a cada persona y que normalmente nadie va a defender por nosotros.