Miley Cirus se destapa, en una gala de entrega de los premios MTV, bailando ligera de ropa, y con movimientos inequívocamente sexuales con su compañero. En su siguiente vídeo aparece columpiándose desnuda sobre una bola de hierro. Unos días después Sinead O’Connor, antaño un ídolo de masas, advierte a la joven cantante contra la manipulación de su imagen, que puede terminar convirtiéndola en un juguete roto. Le escribe una carta contundente, donde le pide que no se deje prostituir para vender música. Annie Lenox, la antigua volcalista de Eurythmics, secunda a Sinead O’Connor. Dice que algunos vídeos musicales actuales le parecen porno suave. Mientras tanto, los productores de siempre –los que llevan décadas encumbrando y olvidando a Madonnas, Britneys, Rihannas, Katys, Gagas y otras muchas cuyos nombres ya se han desvanecido– siguen haciendo caja. Hace ya quince años (1998), fue Brittney Spears la que saltó al estrellato con imagen de colegiala seductora en su vídeo debut “Baby, one more time”. Y Lady Gaga triunfó en 2009 con un vídeo, “Bad Romance”, donde venía a proponer una metáfora: el mundo de la música sería como una subasta de muchachas secuestradas. Si no puedes vencerlos, mejor coge tú las riendas, parecía decir la cantante neoyorquina, tras hacer arder a su comprador y convertirse en la jefa del clan.
La realidad es que el sexo vende. Vende imagen. Vende sueños. Vende fantasías. Y por eso se utiliza. Y en una sociedad hipersexualizada, donde se va ensanchando el umbral de lo tolerable, las princesas Disney de hoy se convierten en reinas del morbo mañana sin solución de continuidad. Lo problemático es cómo cae esta banalización del sexo en chavales y chavalas recién entrados en la adolescencia. Cómo sigue habiendo una terrible asimetría en el tratamiento de lo masculino y lo femenino –pese a que cada vez más ellos se convierten también en objetos sexuales–. Y cómo se puede caer, por enésima vez, en el discurso alineado. Unos alzando la voz para clamar contra la decadencia de esta sociedad. Otros jaleando la liberación de las nuevas lolitas, en nombre de una cultura emancipada de la represión y los tabúes.
Lo cierto es que necesitamos, los más jóvenes en particular necesitan, una reflexión sobre el sexo. Una propuesta madura sobre límites, criterios y posibilidades que les ayude a decidir. Una llamada a tomarlo en serio, porque es un tema serio. Y, ojalá, una invitación a comprenderlo en clave de amor, y no al margen de ello.