Son muchos los que están aprovechando estos días de confinamiento para hacer semilleros en casa, plantar, y algunos que disponen de finca, hacer su propia huerta.

Cuando uno tiene en sus manos un puñado de semillas, se da cuenta de lo insignificantes y minúsculas que son. Es asombro que esos sencillos granos se conviertan en plantas, frutas u hortalizas.

A nosotros nos puede pasar como las semillas. Podemos sentir que nuestros actos son insignificantes y minúsculos, nos podemos dejar contagiar por la apatía y el desánimo y pensar que nuestras acciones son un grano de arena que nada cambia o caer en la tentación de que sean las autoridades o los que tienen dinero los que tienen que dar respuesta a los problemas de nuestro mundo.

Por eso hoy debemos sentirnos llamados a ser SEMILLAS para los demás, Semillas de entrega, de ayuda, de solidaridad, de cuidado, de VIDA. El mundo necesita que despleguemos nuestra mejor versión.

Pero estas acciones tienen que ser concretas y firmes. Hay tantas posibilidades de entregarse: creando comunidad de vecinos, comprometiéndose con alguna acción solidaria, atendiendo a los que están solos, comprometiéndose a consumir en los pequeños comercios de barrio, perdonando un alquiler o ayudando a pagarlo al que no puede,… la lista podría ser interminable. Solo hay que descubrir qué semilla necesita nuestra realidad concreta y plantarla.

Estos días he tenido el placer de leer de nuevo El hombre que plantaba árboles, quizás puede ser una lectura que nos aliente y anime a convertirnos en SEMBRADORES DE VIDA en lo concreto, en lo ordinario, con paso firme hacia un futuro para todos, conscientes de que Dios no nos llamó a cosechar sino a sembrar.

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