Esta crisis para muchos comenzó con una cascada de cancelaciones y huecos en blanco que han ido floreciendo en la agenda. Tuvo un punto de locura la semana previa a la cuarentena, pero lo cierto es que también, antes de ser plenamente conscientes de la gravedad de lo que se nos venía encima, hubo cierto alivio. Compromisos que no nos apetecían mucho, actividades que manteníamos por inercia, romper con ciertas rutinas…

Y la segunda fase vino nada más empezar la cuarentena. Una nueva cascada de cosas por hacer, nuevos modos de hacerse presente en una cotidianidad que había quedado entre paréntesis: teletrabajo, voluntariados a distancia, videollamadas, y toda una serie de momentos compartidos balcón a balcón. No tardaron en correr los memes que nos reflejaban en la hiperactividad del momento, en los que proclamábamos nuestro derecho a aburrirnos e hibernar un poco. El imprevisto parón nos condujo a un impulso para llenar esos huecos en blanco, con ganas, con una energía que hacía tiempo no notábamos, quizás, en nuestro quehacer diario. Nos enfrentábamos a la posibilidad de crear cosas nuevas, modos distintos de estar cerca, nuevas actividades… Esos huecos en blanco fueron de repente espacio germinante, tierra fecunda en la que están cabiendo centenares de iniciativas pastorales y solidarias, dejando atrás perezas e inercias. Desde oraciones vía Instagram de la mano de #EncasaconDios o conventos de clausura que se han puesto a coser mascarillas a jóvenes que se arremangan para llevar la compra a sus vecinos mayores, o voluntarios del teléfono de la esperanza que montan la centralita en casa.

Todo tiene un aire nuevo, una ilusión de recién estrenado, una especie de olor a septiembre, en el que nos hemos saltado las planificaciones y las programaciones para saltar directamente a la pista. Confiados en que nos mueve el bien común y que cualquier fallo lo podremos ir advirtiendo y corrigiendo por el mismo camino.

Nuestra vida ya no era la misma, ya no lo es, porque nuestro quehacer diario ya no lo es. Y ahora, empieza, quizás, a brotar un nuevo sentimiento: esto merece la pena. De algún modo, recordamos aquel chiste recurrente, cuando la pandemia era algo que solo veíamos en las noticias: «te puedes lavar las manos, aunque no haya una pandemia». Nos decimos: esto lo podemos seguir haciendo, incluso si no hay una pandemia. Podemos continuar en este impulso renovador. Incluso debemos, me atrevo a decir. Está lejos todavía, parece, la fase en que daremos continuidad a lo empezado estos días, pero no la perdamos de vista. No caminemos desde la provisionalidad, sino desde el sentimiento de que estamos haciendo nuevas las cosas, estamos construyendo y poniendo los cimientos de un nuevo modo de vivir en sociedad que todavía desconocemos en sus detalles, pero al que ya estamos dando forma.

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