Uno de los síntomas de la adultez es descubrir que los secretos no son tan grandes como parecen, y que la información que se tiende a ocultar tiene más de esconder vergüenzas que de ocultar los grandes misterios de nuestra humanidad. Con el tiempo vamos aprendiendo que conforme menos sepamos más tranquilos andamos y menos complicaciones se nos presentan.

Y esta actitud, que va valiendo en mucho de nuestra vida cotidiana, no nos sirve del todo cuando hablamos de nuestra sociedad, de lo público. O al menos eso viene pareciendo al calor de las últimas noticias sobre los servicios secretos españoles y su modo de funcionar. Cuando nos enfrentamos a lo público, a lo de todos, queremos saber, queremos enterarnos de los detalles y exigimos la transparencia más exquisita. Con la responsabilidad de los buenos ciudadanos que quieren hacerse cargo de los asuntos que nos afectan a todos. O no. Pero vamos a pensar bien y a considerar que lo que nos mueve no es el cotilleo o enterarnos del último barro político con el que hundir al adversario y ensalzar al propio.

Esta última polémica mediática, más allá de la reflexión sobre la realidad de todo lo que no conocemos de nuestra propia sociedad y la opacidad de nuestras instituciones, puede ayudarnos a pensar en cómo la información se viene convirtiendo en una de las principales monedas de nuestro tiempo. Y no solo en lo que tiene que ver con algoritmos y redes sociales. O espionaje estatal. Esto no es más que un reflejo maximizado de nuestros pequeños tráficos de información. De esos cotilleos y stalkeos en los que acabamos cayendo tarde o temprano.

No estamos tan lejos, en nuestra pequeña escala, de esta dinámica de secretos y medias verdades, de usar la información para conseguir beneficios personales, de contar esa cosita o aquella, sembrar la semilla de la duda, de la sospecha con un comentario que termina con la frase «pero yo no te he dicho nada»… Y si pensamos sobre ello, quizás no nos sorprenda tanto lo que estamos viendo en el Congreso de España estos días.

La información al servicio del beneficio particular, el no respeto a la privacidad, a la intimidad de otros, que se oponen a un interés general que recuerda más a un interés particular. Claro, con consecuencias mucho mayores que las que podemos provocar nosotros en nuestro pequeño ámbito. Pero con una misma dinámica de fondo, consumir información, usarla para el propio beneficio, no para el general. Vestir de secreto lo que no es más que un cotilleo que usar de trampolín.

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