Como si viviéramos en un permanente Día de los Inocentes, abrir las redes nos está requiriendo que despertemos nuestro sentido más crítico. Muchos piensan que ha llegado la hora de atajar el problema de lo que llamamos fake news (es decir, noticias falsas), como el presidente de Francia, Macron, que ha anunciado una legislación específica para evitar campañas de difamación en las elecciones. Otros sin embargo apelan al sentido crítico de la sociedad y a la libertad de información, y así EE.UU. derogó la legislación que garantizaba la neutralidad en el tratamiento de datos en el tráfico, lo que favorece el modo de actuar de los que propagan fake news.
Probablemente estés de acuerdo en aquellos intentos de frenar la desinformación en las noticias globales, porque conoces la influencia que lo que leemos en las redes, de forma acrítica, y sabes cómo eso ayuda a construir una realidad desde una óptica interesada, la de quién propaga el rumor. E incluso puede que estés de acuerdo en que se sancione a aquellos medios que se dedican a crear fake news.
Pero quizás sea este el momento de preguntarnos por qué funciona en nuestra sociedad este mecanismo de desinformación con tanta eficacia. Y si miramos no tanto a lo global, si no a lo nuestro más cercano quizás nos descubramos haciendo lo mismo, aunque a pequeña escala. Rumores, cotilleos, «me han dicho que…», «se comenta…», «te has enterado de que…» y otras formas de propagar información que no tenemos muy clara pero que compartimos sin pensar son casi un deporte nacional. Aunque ya sabemos que afectan a las vidas de personas, igual que las fake news, alimentando prejuicios sobre personas… Y aunque sabemos que podemos hacer mucho daño, parece que nos resulta irresistible hacerlo. Así que a casi todos nos ha tocado pasar por ahí: descubrir que esa persona no es tan borde como nos dijeron, que tenían una idea equivocada sobre nosotros mismos que nos toca desmentir…
El presidente francés ha puesto sobre la mesa una advertencia, no solo una propuesta de legislación. Tenemos que trabajar, todos, para frenar la desinformación. Porque las sanciones legales no serán suficientes si desde nuestro propio entorno no vamos perdiendo esos hábitos del rumor que circula fácil, el cotilleo seguido de un «pero no lo cuentes»… sin pararnos a pensar las consecuencias en el otro. En el daño que causamos.