Cuando ya tenemos cierta madurez y vamos conociendo de una forma más completa nuestra realidad llega un momento en el que nos encontramos ante el límite. Porque descubres zonas de esa realidad que preferirías no conocer porque te resultan innecesarias, no te aportan nada. Es el límite de lo morboso, de aquello que puede que te atraiga pero que no es imprescindible para que conozcas tu mundo. Esto lo vivimos, por ejemplo, cuando sucede un crimen horrible y se nos satura con los pormenores de cómo sucedió. Los periódicos, las redes sociales nos ofrecen vídeos, fotos, ‘conexiones en directo’… Detalles de las vidas de los culpables, lo que publicaban en redes, sus gustos… Y no pocas veces caemos incluso en la tentación de demandar ese detalle morboso desde una búsqueda de información más centrada en satisfacer la curiosidad que en conocer nuestro mundo y sentir con él.

Vivimos un tiempo complejo, en este sentido. Demandamos la publicación de los pormenores de cada caso, pero no pensamos en las consecuencias. En lo que eso genera en nuestra sociedad y en nosotros. Porque lo que está claro es que no nos deja indiferentes. La información morbosa que recibimos nos hace posicionarnos, discutir la investigación o clamar por una solución drástica. Sin detenernos en el sufrimiento que eso genera en la víctima, sin pensar en que la herida necesita ser sanada y no estar continuamente abierta.

Nos falta sentido común y compasión para asumir que no necesitamos los detalles, porque no nos aportan realmente nada, al contrario, más bien nos suelen remover las entrañas y, por tanto, nuestra reacción acaba siendo desde lo más visceral. Profundizar es bueno porque nos ayuda a comprender y dar una respuesta adecuada, pero cuando pasamos el límite del morbo acabamos en manos de la rabia. La información que nos llega nos tiene que ayudar a conocer nuestro mundo, a trabajar por cambiar lo que no funciona y a hacernos más compasivos con el dolor que lo habita, no a generar más conflictos, mantener heridas abiertas y quedarnos en lo escabroso.

Y esto es algo que está en nuestras manos. La información también está sujeta a la oferta y la demanda. Si rechazamos la morbosa, esta irá desapareciendo, pero si la reclamamos, se instalará definitivamente entre nosotros.

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