Han eliminado a España en el mundial. La Roja palidece. Debacle. Catástrofe. Dos partidos para olvidar. Tiramos de estadística y se ve que esto nunca ha ocurrido antes. Nunca antes España había caído en los dos primeros partidos. Nunca antes… Hay análisis, juicios sumarísimos. Comentarios que van desde el reconocimiento de que esto tenía que pasar alguna vez, a la dureza de quien carga las tintas sobre jugadores y seleccionador.
La verdad es que nos habíamos acostumbrado mal. Llevamos seis años de éxitos. Muchos han celebrado en las calles las victorias, jaleando a los héroes, cantando hasta la extenuación. Pero la realidad es que hay que saber ganar y perder, sin dramas ni tragedia. Tragedia y drama son otras cosas. De hecho, ni siquiera diría que haya que disgustarse por esto. Disgusto son, también, otras cosas. Esto es un juego, un deporte, una competición –ojalá justa–. (También es un negocio, tristemente, pero no para la mayoría de nosotros y eso es para otros análisis, no para este).
En la vida hay que agradecer los buenos momentos, las fiestas, los triunfos, celebrarlos y atesorarlos como parte de la memoria, como aquello que nadie nos puede quitar, porque forma parte de nuestra vida y nuestro pasado. Y al tiempo, hay que tener la libertad y la lucidez para no aferrarse a la victoria como la única opción digna. Perder es parte de la competición. Y es también escuela. Y si uno no está dispuesto a perder, con la cabeza bien alta y sin hacer sangre de la derrota, entonces es mejor no jugar. En el deporte, y en la vida.