Ser los anteriores campeones, por quienes apostarían todos, no es suficiente y de hecho puede ser peor. Alemania en este mundial, España en 2014, Italia en 2010 y Francia en 2002, todos ellos eliminados en la fase de grupos tras haber ganado el anterior mundial. Y ahora Portugal y Argentina (campeón de Europa y subcampeón del mundo) también. Y España, y los que vayan cayendo…
Tanto tiempo esperándolo y… pasas con pena y sin gloria. Aún peor, N O – H A C E S – N A D A.
Se ha comentado si les faltaba renovación de plantilla y en el estilo de juego. Quizá, sea también un tema de saber gestionar el orgullo; de aceptar que no eres tan especial, tan crack como crees, y que el de enfrente es tan valioso como tú, aunque no haya brillado aún; de aceptar tus límites y que dependes de otros.
La humildad no es un valor común hoy en día. Pero, miremos a Nadal. Él sigue ganando los Roland Garros año tras año, pero es humilde. Sigue alabando a sus contrincantes antes y después de cada partido, aunque sea el 47 del ranking.
Una sana humildad (que no auto-humillación) te sitúa en capacidad de reconocer los dones de los demás; de aceptar que puedes equivocarte, que no eres infalible, que no te vale con el éxito anterior. Y sobre todo, te abre a sentirte necesitado… En el caso de una selección: del apoyo de su afición, y en el caso de la fe, reconocer que necesitamos de Dios, el que nos apoya incondicionalmente. Nos dispone a su Gracia, abriéndonos al misterio de que está ahí, en silencio, trabajando con nosotros.