No es frecuente que un referéndum reciba una negativa tan marcada respecto a la propuesta hecha como ha pasado en Chile estos días. Muchas veces porque los políticos bien se guardan de proponer la consulta hasta que el resultado está bien asegurado en el sentido querido, o porque la cuestión es tan polémica que al final todo se resuelve en unos pocos puntos de diferencia, cuando no décimas porcentuales. Sin embargo, lo vivido en Chile nos habla de un rechazo frontal no calculado por los proponentes de la cuestión, lo que es un poco más insólito.

Las estadísticas, proyecciones, las cocinas de datos y los sondeos nos han habituado a resultados previsibles que ciertamente pueden variar, pero nunca demasiado. Estamos acostumbrados a saber más o menos lo que va a pasar. Y ciertamente los directamente interesados, la clase política –mucho más que nosotros– con informaciones complejas y al detalle de las distintas variables. Pero, de vez en cuando, tenemos sorpresas como la de Chile. O como las recientes elecciones en Andalucía, donde se esperaban mayorías mucho más ajustadas.

Es cierto que en esta última época la política parece haberse vuelto un poco más imprevisible. Y esto nos debería ayudar a entender que el camino no está del todo hecho, lo que es un buen remedio contra el fatalismo del «las cosas son así y no van a cambiar». Y sobre todo debería ser una llamada de atención al otro lado del asunto, a los políticos. Una llamada a estar más cerca, realmente, para sentir y gustar los deseos, las preocupaciones… todo ese sustrato que va dando forma a una sociedad y en el que la tarea política tiene que estar irremediablemente enraizada para cumplir con su vocación de servicio… Porque, sí, ese es el objetivo de la política.

A todos nos viene bien encajar un ‘no’ de cuando en cuando. Se gana en humildad, se pierde confianza en las propias fuerzas y nos abrimos a escuchar al otro, a buscar ayuda, a repensar nuestras certezas perfectamente firmes. Pero creo que estamos en una época en la que quienes tienen la responsabilidad de velar por toda la sociedad deben escuchar con más fuerza, sonoramente, como ha ocurrido en Chile, el desacuerdo, la llamada de atención sobre la desconexión con la realidad de la sociedad. Una llamada de atención que busca enlazar de nuevo el interés de todos, las necesidades más clamorosas, con la gestión de lo público. No en el tono bronco o de antagonismo al que nos estamos acostumbrado, sino como una llamada de retomar el camino perdido de trabajo en común por el bien común.

Ojalá este ‘no’ sirva para que la sociedad chilena camine junta en busca de su horizonte común. Y ojalá resuene con fuerza en tantas otras sociedades que han perdido el vínculo entre gestión y responsabilidad, entre bien común e interés de unos pocos.

Un ‘no’ también puede ser un punto de partida.

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