Tenemos muy claro que somos algo más que un número. No nos gusta que se nos clasifique según nuestra nota en los exámenes, los porcentajes de objetivos que alcanzamos o los ceros de la cuenta corriente. Nos suele cabrear que se hable de la bondad o maldad de las personas según esos criterios. Porque todos tenemos la experiencia de compañeros de clase con muchos suspensos y un gran corazón, o personas que no tienen mucho en la cuenta pero no dejan de dar a los demás.

Pero a todos nos lo pone fácil tener números de referencia para ver cómo es esa persona. «Es más objetivo» nos decimos para autoconvencernos. Y, si nosotros estamos en esa dinámica, ¿por qué no nuestros políticos? Al final parece que es más fácil centrarse en el número –de escaños, de votos– para valorar la bondad o maldad de un proyecto político. Es la trampa de las matemáticas en democracia.

Entonces después de las elecciones abrimos los pactométros. Porque lo primero es que den los números, y luego ya nos encargaremos de hablar de programas, propuestas, soluciones. Pero primero que nos den los números. Y si no nos da la suma, mejor ni sentarse a negociar. No vamos a perder el tiempo.

Estos días en prensa, en redes, solo veo cábalas sobre número de escaños y siglas. Da igual el proyecto que haya detrás. Lo importante es que den los números. Y es cierto que si no dan los números, no habrá gobierno. Pero estamos convirtiendo la puerta de acceso en la meta final. Por eso nos gusta tanto hablar de voto útil, de no «desperdiciar» el voto con partidos que por las matemáticas electorales no llegarán a nada, aunque su proyecto sea el que realmente nos interese y represente.

El voto útil, en las urnas y en el parlamento, no es más que la última tiranía del pactométro, donde lo importante es que se sobrepase esa línea de la mitad a partir de la cual todo será posible. Aunque no sepamos qué queremos hacer posible ni nos lo hayamos planteado. Tenemos claro qué camino queremos transitar pero no hacia dónde queremos ir.

Ojalá nos planteáramos cerrar los pactómetros y abrir los proyectómetros, para ver cómo de compatibles son las propuestas políticas, para ver hacia dónde queremos ir, qué queremos conseguir en estos –esperemos– próximos cuatro años.

Ojalá nuestra democracia fuera más de letras y menos de números.

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